23.01.2021 | Redacción | Relatos
Andaba errante por la vida, absorto en sus pensamientos como si fuera el único superviviente. Cuando le hablaban o preguntaban si necesitaba ayuda contestaba con monosílabos como si no fuera con él. Desde que ella se marchó no encontraba sosiego, como si le hubieran arrancado el corazón o el aliento, parecía un alma en pena. Se quedaba parado y miraba al infinito sin importarle que sus aliados lo vieran perdido en las nubes, sabía que no entenderían su desolación y por ello no les explicaba nada. Una noche soñó con el corazón, notó que latía en su pecho, y se adentró en la oscuridad notando que se movía desorbitado. Él quería pararlo y corría por sus venas creyendo que eran los caminos que lo llevarían con ella, pero cuanto más insistía más se movía el corazón y lo vio activo, ardiente, secreto y de color grana intenso. Quería estrujarlo, abrazarlo y llorar con él, pero no lo podía tocar, no lo alcanzaba, solo podía mirarlo y, ello lo exacerbaba. Cuando los porrazos de la lluvia granizada zarandearon los cristales sintió alivio, humillación y terror, y, entonces comprendió que ella era una apariencia en otro de sus sueños febriles. Estuvo largo rato intentando comprender la historia vivida en el sueño. Se notó el pulso acelerado, la piel sudorosa y el pecho desbocado. Se llevó las manos al corazón y comprobó que se movía con fuerza y premura, hasta el punto de producírsele una sensación de angustia que le llevó a penetrar en sus adentros, rebuscar entre sus dudas y cerciorarse de si aún soñaba, o si ya había despertado.
Imagen: Isa Hernández | CEDIDA