18.03.2023 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
Al alba se levantaba. Se lavaba la cara con agua helada, abría el frasco de Visnú y se esparcía el líquido blanco por la cara y el cuello. La piel se le quedaba tersa, sonrosada y resplandeciente. Retorcía la melena lisa azabache, se hacía un moño con horquillas y se cubría con una sombrera de palma de ala ancha que le daba sombra en cara y hombros. Las cabras la esperaban cada día en el corral sin distinguir domingos ni fiestas de guardar, ellas comían todos los días y no entendían de descanso, y eso lo tenía asumido Daniela. Su madre era mayor, pero aún guisada las papas y hacía el mojo para comer las dos. El queso tierno tampoco faltaba en la mesa, siempre tapado con un paño a cuadros con una presilla blanca de croché que doña Nieves elaboraba sin prisa, pero sin pausa. Cuando llegaba Daniela, al medio día, y guardaba las cabras en el corral, su madre ya tenía la mesa puesta, con el mantel de cuadros blancos y azules haciendo juego con el paño que cubría el plato del queso. El padre de Daniela emigró en los años 60 a Venezuela y nunca más se supo de él. Ella tenía tres años y no lo recuerda. Doña Nieves la crio sola con las labores del campo y le dio estudios, al principio le hablaba de su padre, pero con el tiempo dejó de hacerlo como si supiera que las había abandonado para siempre. Daniela era buena estudiante, pero dejó la carrera y la ciudad, y regresó al campo con su madre que no quiso abandonar su casa y sus animales para ir con ella a la ciudad. Ahora era Daniela con sus cuarenta años quien se encargaba de todas las labores y por las tardes daba clase a mayores para que aprendieran a leer y a escribir, de forma altruista. Lucas, la rondaba hacía tiempo, pero ella no pensaba perder su libertad, al menos por ahora. Su madre deseaba que se uniera a él, decía que era buen muchacho, honrado, trabajador, y tenía posibles, era el dueño de la quesería del pueblo, y estaba enamorado de Daniela desde la escuela. Además, era guapo, alto y educado. Las chicas casaderas estaban tras él, pero él solo tenía ojos para Daniela y siempre le decía que si no se casaba con ella se quedaría soltero. Ella se reía a carcajadas, y mostraba la fina hilera de perlas de su boca que a él le encandilaba. La gente del barrio murmuraba que Daniela también lo quería pero que no quería separarse de su madre. El tiempo favorecía los pensamientos de Lucas, o eso creía él.