07.03.2023 | Redacción | Relato
Por: Jesica Delgado
Remontándonos al pasado surgen en la memoria imágenes familiares, no me refiero a fotos añejas sino a esas imágenes que reconocemos con facilidad a pesar de no recordar su nombre, ni su origen.
Adoradas por los museos más prestigiosos algunas, cubiertas hoy de algodones para prolongar su vida en el tiempo. Hitos históricos, base de nuestros pies sobre la tierra. Restos arquitectónicos de una civilización tan humana como esta misma, de la que tomamos lo mejor, y olvidamos a nuestro antojo sus falencias. Adolescentes en las escuelas primarias y secundarias, repiten cual loros parlanchines, para no dejarla escapar –Esta columna es romana, tal resto pertenece al Partenón, aquel es el Coliseo…- agotador trabajo que fácilmente podría hacer una computadora en cuestión de segundos.
Tres columnas blancas, solemnes se sostienen. Con la misma nobleza que le confieren los años y su resistencia al entorno hostil, desnudas a la intemperie de un mundo nuevo, donde son solo pasado. Pero entonces entendemos, o creemos hacerlo, sus motivos, sus intenciones. Solo el razonamiento humano es capaz de prolongar, de proyectar tan ambiciosamente, rompiendo las barreras de su inmortalidad innata.
La figura de un modelo de hombre se asoma, en la imponente oscuridad del olvido, viste de tal manera que resulte reconocido, como sucede en esos encuentros entre extraños que se han conocido por chat –Como vas a estar vestido?-. El casco romano característico, rojo, y toda esa latería que nos resultaría tan difícil de cargar. Ese traje de soldado clásico de una época perdió su lógica de protección del cuerpo físico. Pero significa sin embargo mucho para el presente, la trascendencia del conocimiento. Ineludible y necesario, tanto como la ansiedad de explicarnos ante un extranjero que solo habla su lengua natal, y como si fuese poco problema, ignora nuestras desesperadas maniobras de expresar por otras vías físicas lo que deseamos sea atendido, por lo menos escuchado.
Arquitectura que acompañada por su personaje relativo, crea un icono en nuestra mente. No nos obliga a recordar, aunque en su simpleza, tampoco nos permite olvidar deliberadamente.