24.11.2024 | Redacción | Escrito
Por: Pilar Medina Rayo
Catalina de Aragón nació en Alcalá de Henares el 15 de diciembre de 1485. Hija menor de los Reyes Católicos, infanta de Castilla y Aragón y reina de Inglaterra.
Su vida fue realmente desventurada, alejada desde muy joven de su país, de sus padres, y viviendo los últimos años de su vida como prisionera de Estado.
Durante su infancia presenció acontecimientos de primera magnitud en la historia, como la Conquista de Granda o el regreso de Colón tras el Descubrimiento de un Nuevo Mundo.
Isabel la Católica preparó a sus hijas para ser excelentes embajadoras de Castilla y Aragón, y futuras reinas de los mejores tronos de la Europa Occidental. Al igual que sus hermanas, recibió una exquisita formación, teniendo como mentores a Beatriz Galindo, conocida como la Latina, los italianos Lucio Marineo Sículo, Pedro Mártir de Anglería y los hermanos Geraldini, quien el menor de ellos, Alexandro, la acompañaría en calidad de confesor a Inglaterra.
Fernando el Católico, para cerrar un frente diplomático contra Francia, estableció una útil alianza con Enrique VII a través de la boda entre su hija Catalina con el príncipe de Gales, Arturo. El acuerdo oficial entre las dos casas reales se formalizó con el Tratado de Medina del Campo, el 27 de marzo de 1489, prometiendo el rey de Aragón una gran dote al monarca inglés.
Cuando se acordó este enlace, Catalina apenas contaba con tres años y Arturo con 18 meses.
En el verano de 1501, con tan sólo 15 años y acompañada de un numeroso séquito, parte desde Granada hasta Galicia, para embarcar en La Coruña con destino a Inglaterra el 17 de agosto, aplazándose la navegación por un fuerte temporal. A finales de septiembre llegó a las costas inglesas, teniendo lugar el enlace matrimonial con Arturo, a quien no había conocido hasta ese momento, el 14 de noviembre de ese mismo año.
La débil constitución de Arturo impidió la consumación del matrimonio, falleciendo cinco meses después. La adolescente se convierte en princesa viuda de Gales.
Ante la complicada situación de su hija, la reina Isabel consideró su retorno, pero no pensó igual su padre, quien necesitaba de forma urgente un aliado contra el rey Luis XII de Francia al estar ambos en plena guerra por el dominio de Nápoles.
La solución llegó a través del segundo hijo del rey inglés, el futuro Enrique VIII, que aún era un niño de sólo 11 años, por lo que tuvieron que esperar para celebrar nupcias y, finalmente, consumar el matrimonio.
Durante ese período de interinidad, Catalina tuvo que residir en Londres garantizando, así, la alianza inglesa que beneficiaba a Fernando.
El monarca inglés fallece en 1509. Dos meses después tiene lugar el enlace entre Catalina y Enrique VIII, siendo coronados como reyes de Inglaterra unos días después.
Los jóvenes esposos se muestran enamorados, los festejos continuaron dos años tras el matrimonio, culminados por el nacimiento de un príncipe heredero al que también llamaron Enrique. El niño falleció antes de cumplir dos meses.
La prioridad del rey era engendrar un heredero que continuara con la dinastía Tudor, por lo que Catalina tuvo seis embarazos en nueve años. Todos sus hijos murieron al poco de nacer o nacieron muertos. En 1516 llegó un nuevo hijo, pero fue niña: María Tudor.
Los múltiples embarazos en tan breve espacio de tiempo y el dolor de las pérdidas de los bebés, provocó que Catalina se avejentara prematuramente. Perdió su figura y sus cabellos encanecieron, además, los seis años de diferencia entre ellos se acusó más cuando ésta llegó a la cuarentena. Enrique sospechaba que su mujer ya no volvería a tener más hijos y comenzó a fijarse en las jóvenes bellezas de la Corte, destacando, entre ellas, Ana Bolena.
El rey, interesado ahora por Ana, perdió todo interés por su esposa. Decidido a deshacerse de ella, argumentó que su matrimonio iba contra las leyes divinas que establecían “no te casarás con la viuda de tu hermano”, acusándola falsamente de haber tenido relaciones sexuales con Arturo, y señalando que ésta era la causa de la falta de sucesión masculina.
Como el divorcio no estaba permitido en la Iglesia Católica, solicitó la anulación matrimonial a Roma.
El Papa, Clemente VII se negó a anular el matrimonio, principalmente por contar Catalina con un importante aliado, su sobrino el emperador Carlos V.
Enrique trató de presionar a su esposa. Le ofreció el título de princesa viuda de Gales, pero Catalina se negó a renunciar a su título de reina, puesto que ello habría supuesto dar por bueno su matrimonio no consumado con el príncipe Arturo, lo que convertiría a su hija, María, en fruto de unas relaciones ilícitas con Enrique, dejándola descolgada de sus derechos al trono.
Catalina, digna hija de los Reyes Católicos, se negó valientemente a las exigencias de su marido, preparándose a una cruel y larga batalla. El rey pronto comprendió que no podría doblegar fácilmente a su mujer. Ésta no sólo defendía su causa, sino también la de su hija.
En 1531 Enrique separó permanentemente a Catalina de su hija, para trasladar a la reina a distintas residencias a cuál más ruinosa que la anterior. Madre e hija no volverían a verse.
El Papa sentenció a favor de Catalina, declarando válido su matrimonio con Enrique.
Pero el monarca no se rindió y consiguió del Parlamento inglés el Acta de Supremacía de la Corona con la que se estableció como máximo representante de la Iglesia nacional inglesa, denominada Iglesia Anglicana. Su primera decisión como cabeza de la Iglesia fue anular su matrimonio con Catalina, lo que le ocasionó la excomulgación por el Papa.
Catalina, que a todos los efectos ya no era reina, fue apartada de la Corte y recluida en el castillo de Kimbolton, donde era estrechamente vigilada y sometida a terribles privaciones.
Por su parte, María Tudor tuvo que renunciar en 1533 al título de princesa y un año más tarde fue despojada de la sucesión al trono en favor de la princesa Isabel, hija de Ana Bolena. No obstante, María siempre continuó apoyando a su madre.
El 7 de enero de 1536, Catalina de Aragón murió recluida en su última residencia, cerca de Cambridge.
Muy respetada y considerada como una de las reinas más ilustradas de su época, no fueron pocos los que intentaron apoyarla. Entre ellos, María, la propia hermana del rey, así como el obispo Fisher o el humanista Tomás Moro que pagó con su vida su desafío. Fue más querida por sus súbditos que por su esposo, quienes la consideraban una reina piadosa y sensible, que puso en marcha un programa de ayuda para los pobres, haciendo regularmente donaciones a las instituciones de caridad, especialmente en los días santos.
William Shakespeare la describió como “la reina de todas las reinas y modelo de majestad femenina”. Esta reina siempre mantuvo la dignidad y conservó el aprecio del pueblo, cuando su esposo, Enrique VIII, la repudió y humilló públicamente para casarse con Ana Bolena.
A día de hoy sigue habiendo ofrendas de flores sobre su tumba. Cada 29 de enero se celebra una misa católica en su honor.
Finalmente, María Tudor, tras vivir marginada durante su juventud, subió al trono de Inglaterra con 37 años.