08.08.2021 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
Esperaban agosto con esperanza, confiados de que por fin se alejarían de tanto dolor como el que habían vivido en los últimos meses. Se disponían a pasar unos merecidos días de vacaciones en la cala que le habían recomendado, una de las tantas que existen en la Costa Brava. Mayte y Lucas eran enfermeros y estaban agotados de tanta tristeza, desesperación y sensación de impotencia; trabajaban en el Hospital Clínic de Barcelona, y se despidieron de sus compañeros con alegría, ilusión y deseos de olvidarse por un tiempo del trabajo. Querían disfrutar distendidos a la orilla del mar. Soñaban con nadar, leer y pasear sin obligaciones ni pesares por la situación acaecida de soledad, muerte y llanto constante en el hospital.
La cala deliciosa de arena dorada los sumió en una nube de fantasía como si los dos volaran hacia la línea fija y lejana donde el cielo se une con el mar. Al regresar de su abstracción se miraron y agarrados de la mano dieron un paseo por la orilla mientras la espuma blanca bañaba sus pies descalzos, y el agua salada salpicaba sus cuerpos esbeltos, joviales y blanquecinos aún en espera de que el sol veraniego en estos días le diera color a su piel. Se olvidaron por completo de que eran enfermeros y se mezclaron con las gentes del lugar como dos veraneantes más. Agradecieron esos momentos compartidos y se felicitaron mutuamente por tenerse, por lo afortunados que eran de poder disfrutar de los placeres dulces de la existencia en compañía. Apenas sin saberlo se vieron contemplados por miradas cercanas y se percibieron de que estaban abrazados en la arena y enrojecidos rozando la insolación. No se intimidaron al notarse observados, se levantaron con premura y se adentraron en el mar invadidos por el chapoteo del agua que se confundía con las risotadas desinhibidas de los amantes.
Imagen de archivo: Isa Hernández