18.10.2020 | Redacción | Opinión
Por: Jesús Alexis Moreno García
Profesor Asociado del Área de Griego y Voluntario en prisión en Proyectos de Reinserción Sociolaboral., Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Publicado en: The Conversation
La realidad de las cárceles españolas viene determinada por un Código Penal que castiga duramente los pequeños delitos. Estamos en uno de los países de Europa con más personas presas: unas 50.000, en su inmensa mayoría hombres.
Si nos acercamos a sus intrahistorias podremos conocer cuál ha sido su recorrido vital y formativo: muchos, marcados desde temprana edad por el absentismo escolar, acaban dejando los estudios. Esto, asociado a un trato muy temprano con las drogas, hará que sus vidas queden truncadas y abocadas al fracaso laboral. La adicción y el trabajo son incompatibles, aunque se intenten disfrazar.
Fracaso en el proceso educativo, consumo de drogas y, en su inmensa mayoría, contexto social de marginación tienen como producto final la delincuencia y, con ello, el delito que les llevará a prisión.
Reconstruir la vida, es decir, pasar de la “no vida” a la vida, es un proceso lento. En primer lugar, la persona presa debe encontrar un espacio de confianza para aceptar su situación. Acostumbrados al estigma social extra e intrapenitenciario, se hace necesario crear un vínculo personal entre el interno y el voluntario que realice la tarea para que el diálogo libre permita tocar su situación y poder presentar metas siempre alcanzables.
El papel del tutor voluntario
Así aparecerá para el interno el tutor: un compañero de camino que, por sus diferentes circunstancias –origen familiar, estudios, posibilidades laborales…–, ha avanzado más que la persona presa que está siendo acompañada en lo que llamamos vida normalizada.
Un largo éxodo basado en “paradas” periódicas, semanales o quincenales en un inicio, donde compartir las vivencias, los proyectos y los descubrimientos será el motor de todo el camino. Cuando llegue la ansiada pero difícil libertad, el tutor tendrá que reforzar su presencia ayudando a los libertos a no abandonar sus proyectos.
Se deben trazar metas a corto y largo plazo, siempre revisables para que la vida triunfe en el que se estrena en la nueva libertad.
Talleres de habilidades sociales, de control de la agresividad, de autoestima, de economía doméstica, etc. serán pequeñas experiencias que le ayudarán a reconocerse en su nueva situación. A modo de espejo, todas las actividades le permitirán encontrar su imagen real, reconociendo sus capacidades desarrolladas o aún por desarrollar.
Una ayuda para el crecimiento personal
La meta de todo proceso no es otra que el empoderamiento personal: poner en valor y en acción todas las capacidades naturales con las que contamos los seres humanos al servicio del propio crecimiento. El tutor voluntario va creando los espacios verdes para que pueda poner nombre a sus reconocimientos y sus búsquedas.
A modo de faro, le va indicando el camino que él ya ha comenzado a andar. No se trata de ir con recetas o ser salvadores de nadie: eso solo infantiliza y genera una nueva dependencia emocional.
La barrera de las adicciones solo se supera cuando la persona adicta reconoce su necesidad. Hemos oído decir que nadie deja las drogas definitivamente, y creo que es así: solo se rehabilita el que vive con la alerta de lo que puede volver a pasar si se atreve a dar un paso equivocado.
Ayuda terapéutica y psicológica
Por eso es muy importante ir reconstruyendo el mundo interior y exterior: la ayuda terapéutica y psicológica le permitirán recuperar los espacios vitales como los amigos, la familia o la pareja.
De ahí el doblete del acompañamiento técnico y del social. Es muy importante la conexión ya desde la cárcel con los técnicos de los proyectos terapéuticos externos; estos se hacen presentes en prisión para ir fortaleciendo el itinerario del interno e ir valorando su candidatura cuando salga. Se trata de un solo acompañamiento sostenido por muchas personas.
En todo este proceso, la mayoría tiene un largo camino que recorrer en el ámbito laboral. No solo la capacitación técnica es el problema, sino cómo viven cuando comienzan a manejar un sueldo.
Sin estudios básicos
La dura realidad pone de manifiesto que solo un grupo muy reducido consigue superar los estudios básicos o superiores: ESO, FP y, mucho menos, el bachillerato o la universidad.
Así pues, capacitación laboral y vida laboral acompañadas se hacen muy necesarias. Muchos, durante un largo periodo, permanecen en pisos de acogida, espacios neutros (no es la vida real, aunque la recreen) que buscan simular la vida familiar en la que, como cualquier otro, aprenden a ser autónomos en un régimen de libertad tutorizada.
Ahí también van haciendo pequeñas experiencias laborales, a asumir los roles sociales que conlleva un trabajo reglado: madrugar, ducharse, ser puntual, mantenerse en la jornada laboral cada día de cada semana, cobrar un salario y tener un plan de economía personal.
Pero muchos nunca lograrán alcanzar la soñada reinserción porque tampoco antes estuvieron insertos. De ahí la aparición, en los últimos años, de proyectos que acogen sin límites de tiempo. Nadie puede lograr la normalidad viviendo con la sombra del miedo al tiempo que se acaba.
Muchos estarán ahí siempre; ese será su hogar, la compañía de aquellos que han vivido su mismo proceso u otros ciudadanos voluntarios o contratados que han decidido, simplemente, ser compañeros de vida de otros.
De la prisión a la inserción hay un puente muy largo que no siempre se llega a recorrer. Con todo, el camino recorrido y las experiencias vividas, sentirse queridos y escuchados, aprender a tener hábitos sociales y laborales, compartir una casa en igualdad de condiciones, gestionar el dinero personal… ya forman parte de eso que llamamos empoderamiento, y de lo que nadie les podrá privar de nuevo.