05.10.2022 | Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
No sé si será por nuestra propia idiosincrasia, pero me da la impresión de que, por regla general, no sabemos respetar a las personas que enferman en un momento dado, y también a sus familiares más directos, porque preguntamos demasiado por el estado y la evolución de sus dolencias e incluso vamos sin avisar a visitarlos cuando están ingresados en un centro hospitalario y, además, la mayoría de las veces, prolongamos innecesariamente esas visitas.
Cuando una persona está enferma lo que necesita es tranquilidad, tanto ella como sus más allegados. Tenemos la muy mala costumbre de llamar por teléfono y, en vez de limitarnos a mostrar nuestro apoyo y ofrecernos para lo que se necesite, nos pasamos tres pueblos preguntando por el estado del paciente y poco menos queremos también que se nos den los más mínimos detalles del mal que le aqueja, de los pronósticos y tratamientos médicos y de cómo se encuentra la persona, ingresada o no. En cierta ocasión, hace años, estaba yo ingresado en la planta de Cardiología del Hospital Universitario de Nuestra Señora de la Candelaria y de repente empezaron a entrar en la habitación personas ajenas al centro, para visitar al paciente que estaba conmigo, en la cama de al lado.
Les puedo decir que no eran dos ni tres los parientes y/o amistades del otro paciente. En pocos minutos se dieron cita allí dieciocho personas (dieciocho, sí, leen bien), como si allí se fuera a celebrar una fiesta o algo por el estilo. Con mucha educación me dirigí al grupo de visitantes y les indiqué que eran demasiados, que por favor se dirigieran a la sala de espera y aguardaran un tiempo para ir pasando de dos en dos. Hicieron caso omiso a mis razonables indicaciones y no me quedó más remedio que avisar a una enfermera, que procedió a desalojar a aquella multitud, como era lógico y recomendable. Esa fue una situación extrema y, ya pasado el tiempo, lo recuerdo como una anécdota más o menos desagradable, pero siempre es recomendable que sepamos respetar a los enfermos y a sus familiares.
Tanto las llamadas como las visitas han de ser siempre breves y, desde luego, tenemos que aprender a mordernos la lengua y dejar de preguntar sobre determinados detalles. Entre otras cosas, porque no somos solo nosotros los que nos interesamos por alguien en concreto, sino que suelen ser muchas las personas las que llaman o van a ver a los enfermos, que necesitan, sobre todo, tranquilidad y reposo.
Los pacientes y los familiares terminamos hastiados y agotados de tantas preguntas y hay que ponerse en su lugar. Respetar, con suma discreción, la intimidad de las personas, por mucho que se quiera demostrar un interés, muchas veces desmesurado, por el estado y evolución de un enfermo.
Como decimos coloquialmente, el respetito es muy bonito. En ese aspecto nos queda mucho por aprender de países más civilizados, amables lectores.