19.02.2020 | Redacción | Relatos
Por: Jesús Lara González de Quevedo
He mirado miles y miles de veces el reloj del tiempo y cada vez que lo pienso, no sé si perdonarme cada minuto de mi vida perdido en cosas que nunca tuvieron sentido y que nunca lo tendrán por muchas vueltas que quiera darle.
No sé si es por el maldito orgullo que se aferra siempre fuertemente a mi persona, si es por la inconsciencia de una juventud llena de hormonas que no paraban de merodear por todo mi cuerpo o si es por la ignorancia de lo que no conocíamos y ahora sí que intentamos apreciarlo.
Por ello, nos agarramos a un hierro hirviendo sin miedo a quemarnos para intentar apaliar esa espina que llevamos clavada en lo más profundo de nuestra alma.
Así, despertamos la esperanza de poder vivir todos esos maravillosos instantes.
Instantes que dejamos aislados en un cajón de recuerdos y con los cuales recapacitamos alguna vez, al darnos cuenta de cada arruga que se refleja en nuestro cuerpo, de cada cicatriz que tenemos incrustada en nuestro corazón o de la pérdida de una niñez revolucionada por una adolescencia alocada, que ha quedado escondida en nuestra imaginación tras una niebla borrosa de nuestro intenso pasado.
Todo ello, ha despertado nuestra curiosidad y comenzamos a indagar en busca de otro nuevo presente.
Un presente distinto al que decidimos aquel día y que nunca hemos borramos de nuestra mente. Al ser el verdadero comienzo de una vida.
Una dulce sensación y miles de preguntas rondan por nuestro pensamiento, buscando entre nuestras cosas, aquella foto de la juventud que guardamos con añoranza.
Mientras la agarramos con nuestras manos y la observamos con intensidad, una lágrima se derrama por nuestro rostro, resbalando por nuestra mejilla, posándose en nuestros labios y cayendo al vacío como todas aquellas ilusiones que solo vuelven en nuestros sueños más profundos.
Tenemos muy claro que ya no hay vuelta atrás y que por mucho que queramos recuperarlos, podremos vivir algo parecido, pero lo que tenemos en mente, eso, eso ya no.
Por eso sin lamentaciones, sin pensarlo, solamente viviéndolo. Os pido que mi mano en mi alma que cada día de vuestra vida, aprovechéis cada segundo y lo convirtáis en minutos, horas, días y meses llenos de felicidad, llenos de esos momentos que quedaran siempre para el recuerdo y que cuando quieras recordarlo, lo recuerdes como algo que ya viviste y no tendrás que arrepentirte de no haberlo hecho.
¡Nunca dejes de soñar¡