14.06.2020 | Redacción | Opinión
Por: Casimiro Curbelo
Presidente del Cabildo de La Gomera y portavoz de ASG
Decía Machado que es de necios confundir valor y precio. Y es posible que a muchos de nosotros estos largos días de confinamiento nos hayan servido para reflexionar sobre la fragilidad de las cosas que damos por seguras. Del inmenso valor que tiene para nosotros muchos pequeños detalles a los que no prestamos, en ocasiones, la mayor importancia.
Las llamadas islas verdes de Canarias —La Gomera, La Palma y El Hierro— han padecido durante muchos años los sobrecostos de la doble insularidad que tantas veces hemos denunciado. La falta de comunicaciones adecuadas hizo que el desarrollo económico de estas tres islas sufriera un importante retraso con respecto a las del resto del archipiélago. El turismo masivo fue el motor de un espectacular despliegue poblacional y económico en las demás. Miles de puestos de trabajo, grandes infraestructuras, como puertos y aeropuertos, polígonos industriales... En fin, desarrollo.
Alguien podría pensar que nos quedamos atrás en el tiempo. Pero no es verdad. Lo que La Gomera conserva intacto en su territorio, el patrimonio natural que las islas verdes atesoran, es como la inocencia: algo que cuando se pierde jamás se puede volver a recuperar. Nuestra manera de vivir sigue basada en la armonía con la naturaleza, en la defensa de los valores medioambientales y en la desconfianza ante la idea de que todo tiene que ser sacrificado ante el becerro de oro del crecimiento.
En La Gomera queremos crecer. Claro que sí. Pero no a cualquier precio y de cualquier manera. Queremos seguir cuidando de nuestras pequeñas cosas. De los grandes detalles que nos hacen ser distintos. Queremos que nuestra artesanía siga siendo una tradición histórica y una actividad comercial. Que nuestros visitantes sepan, cuando compran algo, que están adquiriendo algo único. Algo que hecho por unas manos que aprendieron a hacer loza gracias a una herencia de siglos. Queremos producir miel de palma con el sabor que solo se consigue con una vocación artesanal. Y que se valoren los productos frescos de nuestros cultivos. Y que alguien disfrute de un dulce gomero que no se puede comer en ninguna otra parte del mundo. Todas esas pequeñas cosas forman nuestra gran manera de vivir. Dan empleo a muchas personas. Pero sobre todo hacen más rica la cultura de una isla única.
Frente a la crisis que se avecina, islas como La Gomera están mejor preparadas. No es que estemos acostumbrados, por una larga tradición, a vivir con dificultades. Eso también, pero ya forma parte del pasado de nuestros abuelos. Estamos más preparados para enfrentarnos a las dificultades porque nuestro modelo económico es mucho más equilibrado que el de otros territorios insulares. El peso del turismo en nuestra isla es importante y mueve otros negocios como la restauración, el comercio o el transporte. Pero nuestra agricultura tiene un papel determinante de estabilidad en la vida de muchas familias. Y el apoyo al desarrollo de algunas nuevas industrias ha empezado a crear un incipiente sector exportador del que ya nos sentimos orgullosos.
El desplome absoluto del turismo a causa del coronavirus y la crisis económica que ha producido el confinamiento en toda Europa debe enseñar una lección elemental a quien no la haya aprendido: es un grave riesgo poner todos los huevos en la misma cesta. Como el que solo levanta pesos con un brazo, Canarias ha desarrollado una enorme musculatura en la venta de servicios turísticos, pero el resto de su cuerpo no se ha potenciado como debiera.
No es el caso de las islas verdes. La calidad es tan importante como la cantidad también en la forma de vivir. Ser felices no consiste en tener una gran cantidad de todo, sino en tener lo que se necesita. Trabajamos para mantener a nuestras familias y para progresar como sociedad. Como dice esa vieja frase, trabajamos para vivir, pero no vivimos únicamente para trabajar.
Vivir en La Gomera es respirar otra manera de ser. Una en la que se reconoce otra Canarias que fue y que, en algunos lugares, ha dejado de ser. En estos tiempos de tribulaciones y dificultades quiero reclamar a mis conciudadanos que no dejemos de ser lo que somos. Que no nos engañen los cantos de sirena. Que no cambiemos la paz por el oro. Que todo lo que crece despacio y naturalmente suele ser bueno y saludable. Sigamos nuestro camino, paso a paso, firmemente, apostando por tener una isla para vivir mejor. Una que podamos dejar con orgullo a nuestros hijos y nietos.