18.04.2021 | Redacción | Relato
Por: Isa Hernández
Recuerdo el día que sin despedirte elevaste el vuelo a través de las nubes de algodones y desapareciste sin dejar más rastro que el recuerdo en cada uno de mis días. Pareciera como si nada hubiera existido o si todo lo vivido se hubiera esfumado; como si tu presencia cercana estuviera albergada en mi pensamiento y esto que ahora cuento fuera en realidad otro cuento. Solo yo lo sé, nadie podría entenderlo, tampoco me importa si lo creen o no, porque este vacío es solo mío. Ahora ya no me afecta si es otoño o primavera, ni siquiera si es martes o domingo, o si es enero o abril. Tampoco me interesa si son las diez o las doce, ¡qué más da¡, ahora solo quiero paz, luz y serenidad. Me entristece la oscuridad, la lucha por llegar y el afán del poderoso, no saben que a todos les espera la nada, la decepción y el olvido. Aunque no lo crean, a todos nos espera al final del camino, la nada. Lo he palpado, sentido y probado, por ello voy despacio, no es necesario correr, es mejor la calma. El esfuerzo es para cuando se acerque el momento de llegada al muro de frenada, a la meta. Hoy tu recuerdo es un templo de deseo, para cuando llegue al muro atravesarlo a sabiendas de que tú me esperas detrás, y juntos como una nebulosa viajaremos fundidos en un solo cuerpo, tal como contábamos una y otra vez en aquel cuento.
Imagen de archivo: Isa Hernández