13.09.2022 | Redacción | Opinión
Por: Paco Pérez
pacopego@hotmail.com
Días pasados me llegó la tristísima noticia del fallecimiento de mi querida amiga Clara Esther Lucena. Un maldito cáncer, contra el que luchó valientemente durante los últimos meses, ha terminado por arrebatarle la vida a esta chica, que contaba con 56 años de edad, una mujer aún joven y muy vital, que animaba cualquier reunión con su desbordada alegría y su simpatía contagiosa. Nunca puso una mala cara, a pesar de todas las dificultades y contrariedades que tuvo durante su existencia entre nosotros.
La noticia de su muerte, aunque esperada por el agravamiento de su proceso oncológico, ha caído como un auténtico jarro de agua fría, tanto en el amplísimo círculo de sus amistades como entre sus compañeros de las tiendas comerciales libres de impuestos del aeropuerto de Los Rodeos, donde trabajó en estos últimos años, destacando siempre por su natural don de gentes, su amabilidad, elegancia y saber estar.
Tenía aún toda una vida por delante, pero el destino, tan cruel a veces, la ha segado injustamente, privándole de la compañía de sus adorados hijos, que fueron su verdadero apoyo y estímulo, desde siempre y particularmente desde que supimos que sufría la maldita dolencia que acabó, por desgracia, con su existencia, hace tan solo unas horas.
Ahora mismo, me es casi imposible escribir algunas líneas más, porque me embarga una profunda tristeza, no solo por su partida de este mundo, sino por todo lo que luchó, por todo su sufrimiento, por su enorme valentía ante la crudeza de los tratamientos clínicos y porque siempre mantuvo la esperanza de poder ganar esta guerra, de vencer a la enfermedad, a pesar de perder tantas batallas.
Descansa en paz, querida princesa, allá donde ahora estés y te agradezco en el alma los bonitos momentos que compartiste con nosotros, sin que se borrara nunca tu maravillosa sonrisa. Gracias por haberte conocido, porque eras un ángel en este mundo tan hipócrita y contradictorio. Te querremos eternamente, guapetona, y espero que algún día nos volvamos a encontrar en esa desconocida dimensión, mientras surcas la carretera celeste en tu amada Vespa de no sé cuánto tiempo y que te acompañó en tus aventuras y excursiones durante muchos años.
Estabas profundamente enamorada de Tenerife y de sus paisajes.
Desde donde estés, podrás contemplar los magníficos atardeceres y puestas de sol en Mesa del Mar y en El Pris, tus enclaves favoritos de nuestra isla; disfrutar de vistas impresionantes del Teide y seguro que estarás rodeada de miles de mariposas y de decenas de plantas y flores, que tanto te gustaban.
Te recordaremos siempre, amiga.