Cuando la desconfianza agoniza…sólo le queda morir.

08.03.2021 | Redacción | Relatos

Por: Magdalena Barreto González

Marina se recostó en aquel sofá de cojines mullidos un poco desgastados por el paso del tiempo y tras encender la lámpara de cristales dorados cuya luz recreaba un ambiente tan romántico como acogedor, empezó a recordar pequeños detalles que habían ido mermando su relación con Daniel.

No era verdad aquello de que “todos los caminos conducen a Roma”, ni que “el orden de los factores no altera el producto”. Ella, por más que se esforzaba, no encontraban el camino cuyo destino era Roma (pero al revés) y el producto de su amor, alteraba todos sus factores.

Llevaba(n) meses intentando salvar algo que probablemente no tenía salvación. No se puede morir a medias y por más que se empeñara en pensar que había solución, la confianza en él hacía aguas en un mar tan revuelto que provocaba tempestades emocionales.

Mientras pensaba en cómo había transcurrido su historia, encontró la respuesta a por qué aquello tan bonito que había sentido por él ahora era tan confuso. Por qué una parte de su cuerpo necesitaba sentir su calor y la otra mitad rechazaba la idea de tenerlo a su lado. 

El había llegado a su vida rompiendo estereotipos, derribando tabúes, borrando huellas y restando años a las arrugas de su piel. Desarmado de prejuicios, desnudo de miedos, cargado de sonrisas. Eso fue lo que la cautivó, lo que le dio la fuerza para dar un paso al frente y agarrarse a la vida. Eso era Daniel para ella; pura vida, luz y energía. 

No tenían mucho en común pero aquella poderosa atracción bien valía la pena para intentarlo. Descubrir un mundo nuevo, diferente a lo que conocía, pero, sobre todo, descubrirse; desnudarse por dentro, despojarse de dolores pasados sin poder imaginar que aquel paso al frente sólo conduciría a dolores nuevos. Pero así es el amor. ¿Quién va a pensar que habrá un final cuando se está viviendo un comienzo?

Aquella piel que bebió a sorbos como si no hubiera un mañana, la noche que marcó un antes y un después, estaba ahora en otra cama abrazando otra piel. “-¿Qué más da?- pensó Marina- "si la piel es sólo eso. Un error, un desliz, un tropiezo, a todos nos puede suceder"-.

Pero aquella noche fue el comienzo de todo lo que vino después.

Un final, un hasta luego o quizás un hasta después, cuando ya no duela ni queme por dentro tanta desfachatez.

Y a Marina le cuesta asumir que haya vuelto a pasar, que haya vuelto a suceder. Ahora sólo le queda aceptar que cuando la confianza se rompe, después de tanto agonizar, sólo le queda morir. 

Buena suerte Daniel.

Nota de la autora: Marina podrías ser tú que estás leyendo esto, podría ser cualquiera. Marina es esa mujer fuerte, de bondad infinita como el mar, salada por las lágrimas y de espíritu libre como las olas. Marina sigue buscando el camino que la llevará a Roma (al revés).


 

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Magdalena Barreto González.

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