Con Ucrania en la picota

24.01.2022 | Redacción | Opinión

Por: Ana Marrero Yanes

El conflicto en Ucrania es, en realidad, un enfrentamiento entre dos superpotencias: Rusia y EE UU. La tercera superpotencia, China, parece asistir a tal enfrentamiento en calidad de oyente; de momento. Fijando posiciones con un símil lunar, podría afirmarse que China está en aventajado cuarto creciente; EE UU, abandonando el plenilunio, está en un incipiente cuarto menguante. Y Rusia, tras el novilunio que trajo la evaporación de la URSS y la disolución del Pacto de Varsovia (PAV), está en un intermedio de cuarto creciente, en búsqueda del plenilunio global. 

El “Acta Fundacional sobre las relaciones mutuas de cooperación y seguridad entre la OTAN y Rusia”, firmado en París, el 27 de mayo de 1997, por el SEGEN de la OTAN, Javier Solana, y el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Yevgueni Primakov fue evaluado como el finiquito de la Guerra Fría. Pero la concordia fue efímera. La OTAN fue paulatinamente expandiéndose hacia el Este, pasando de los 16 miembros de entonces a los 30 actuales (incluyendo muchos países del extinto PAV). En 2014, se produjo el “bacarrá” con el retorno a Rusia, “a frotamiento duro”, de Crimea y Sebastopol, así como la autoproclamación por los separatistas prorrusos de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. Se iniciaba así una guerra civil, todavía no resuelta, en la región ucraniana de Donbás. En febrero de 2016, el primer ministro ruso, Dmitri Medvédev, en la reputada y anual Conferencia de Múnich sobre Política de Seguridad, arrimaba el ascua a su sardina resumiendo así la situación: “la política de la OTAN hacia Rusia es terca y poco amistosa. Nos estamos desplazando rápidamente a un periodo de una nueva Guerra Fría”. 

Parece evidente que Rusia ha recobrado su tradicional y enorme nivel de ambición, sustentado por su gran potencial: extensión territorial, población, desarrollo tecnológico, recursos naturales, poder militar nuclear y, por encima de todo, su irreductible voluntad de ser superpotencia. Lidera la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTS) que incluye también a Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán. Organización con la que Putin está particularmente comprometido como mostró, el pasado 6 de enero, apresurándose al envío de una brigada aerotransportada a Kazajistán en apoyo del gobierno local, frente a las protestas y manifestaciones populares, inicialmente contra la carestía de los combustibles. En definitiva, el imperio ruso ha encontrado en Vladimir Putin su nuevo zar. 

Para el Kremlin, Ucrania tiene dos significados medulares. Uno, en el plano sentimental y nacionalista, como parte indivisible de la propia identidad de Rusia. Y dos, en el ámbito defensivo, como parte esencial del glacis de seguridad ruso. Por tanto, nunca estará dispuesta a aceptar que Ucrania pase a jugar plenamente en la órbita occidental. Por ello, como muestra de determinación, ha exigido a Occidente “garantías de seguridad” a la vez que, poniendo pie en pared, ha desplegado un ejército de, al menos, 6 divisiones (más apoyos) en su frontera con Ucrania. Tal volumen “inicial” de fuerzas, aunque sea insuficiente para una invasión total (que demandaría alrededor de medio millón de efectivos), se complementa con una amenaza híbrida (“están de maniobras”) en la frontera de Bielorrusia con Polonia, Lituania y Letonia. 

Kiev, por su parte, ha identificado a la OTAN como el instrumento que pudiera garantizar su soberanía e integridad. Empeño para el que, a pesar de la pesada y ruinosa mochila que arrastra, no le faltan apoyos en Europa. El Reino Unido, por ejemplo, está presionando internamente a favor de la entrada de Ucrania en la OTAN. Y es, además, el mayor proveedor de cooperación militar con Ucrania, incluyendo un programa naval para la construcción de buques portamisiles y minadores. No hay mal tiempo para el negocio del miedo. 

Es especialmente grosero constatar que, en la reunión del pasado viernes, en Ginebra, entre el secretario de estado norteamericano, Blinken, y el ministro ruso de AA EE, Lavrov, para gestionar una crisis en Europa y extremadamente peligrosa para los europeos, la Unión Europea haya estado ausente. Por otra parte, no tranquiliza excesivamente que, frente al sólido liderazgo de Putin en Rusia, en EE UU haya un Biden de capa caída, en el Reino Unido un Boris Johnson “on the perch” y, en Alemania, un Scholz que acaba de arrancar. 

Ciñendo la línea de mira a España, es lógico que nuestro país, miembro de la OTAN, haya cerrado filas con EE. UU. y la OTAN (perdón por la redundancia). Desafortunadamente, eso ha vuelto a evidenciar la bicefalia gubernamental que padecemos ?qué pena de Gobierno, Señor?, cuando la cabeza sanchista trata de despejar dudas sobre su fidelidad aliada. Precisamente cuando, a finales de junio, nuestro país va a ser el anfitrión de la Cumbre Atlántica que aprobará el nuevo Concepto Estratégico de la Alianza. Oportunidad singular para Sánchez, de potenciar un perfil internacional que hasta ahora le ha sido negado (no hace falta recordar el famoso “paseíllo” de 30 segundos con el que asaltó a Biden en Bruselas). Asimismo, la Cumbre servirá de pistoletazo de salida para un segundo semestre de 2022, con la pandemia previsiblemente ya controlada y con mejores perspectivas económicas, que eleven las expectativas electorales del sanchismo. Difícilmente podrá haber adelanto de elecciones legislativas antes del próximo verano. 

Por otra parte, no es cierto, como se está vendiendo, que España esté haciendo aportaciones militares sustanciales a la OTAN con ocasión de la crisis ucraniana. En el ámbito terrestre, continúa sin variación la participación española, en Letonia, en la operación “Enhanced Forward Presence” (Presencia Adelantada reforzada). España mantiene su subgrupo táctico encuadrado en el grupo táctico liderado por Canadá. El contingente español, de aproximadamente 350 efectivos, con carros Leopardo y vehículos de combate Pizarro, está hoy basado en fuerzas de la Brigada de Infantería Mecanizada X (Cerro Muriano, Córdoba), apoyadas, entre otras, por una potente unidad de zapadores. 

En el Aire, lo novedoso es que la misión de Air Policing (vigilancia y reacción contra violaciones del espacio aéreo) que, “por turno”, correspondía desarrollar a partir de mayo en los Países Bálticos, se adelanta a febrero y en Bulgaria. Un cambio, que venía planeándose con anterioridad, coherente con el hecho de que el Centro de Operaciones Aéreas Combinadas (CAOC) responsable de la dirección de la defensa aérea de la OTAN en el Sur de Europa, esté situado, bajo mando español, en la B.A. de Torrejón. 

Y, en lo naval, rutina total. La fragata Blas de Lezo, como estaba planeado, pasará a integrarse, el día 25 de este mes, en el Grupo Permanente Marítimo de la OTAN nº1 (SNMG-1). Igualmente, el “Meteoro”, buque de acción marítima ?no cazaminas, como algunos ignorantes vocean?, partió el jueves desde su base en Las Palmas, y relevará a su homólogo “Rayo” como buque de mando de la SNMCMG2 (Agrupación permanente de cazaminas de la OTAN-2), bajo la autoridad del Mando Marítimo Aliado (MARCOM), en Northwood (Reino Unido). Y, al menos de momento, no hay más leña que la que arde. Que tampoco puede ser mucha en un país que, en presupuesto de defensa, está a la cola de los países de la OTAN. 

La crisis ucraniana, que tanto tensiona a Europa, nos enfrenta a la posibilidad de una nueva inmersión en Guerra Fría. O, quizás, en una paz templada. O, incluso, en hostilidades mayores. No me coge por sorpresa. En entrevista en El País”, el 20 de septiembre de 2007, en vísperas de mi toma de posesión, en Estrasburgo, como Jefe del Cuerpo de Ejército Europeo decía: “Una concepción moderna de la seguridad europea debe contemplar tanto a EE UU como los legítimos intereses de seguridad de Rusia”. Y en esas seguimos. A los hechos me remito.

Imagen: Ucrania - Rusia | CEDIDA

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