04.05.2019 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Otro nuevo y escalofriante crimen de violencia machista se ha registrado en la isla de Tenerife. Concretamente, en el municipio sureño de Adeje, cuyas víctimas fueron la alemana, Silvia (39 años) y su hijo (10 años). Todo hace prever que el asesino fue el marido de las víctimas, el también alemán, Thomas (43 años). Lo cierto es, que ya estoy cansado de ver como estos violentos machistas o bazofias humanos siguen arrebatándoles las vidas a las mujeres y niños sin que la Justicia haga algo para que esto no vuelva a suceder. Estoy cansado de ver como los políticos guardan un minuto de silencio en las puertas de las instituciones gubernamentales. Estoy cansado de ver como millones de personas salen a la calle para manifestarse y guardar un minuto de silencio. Esto cansado de leer y escuchar la frase: “condenamos la violencia”. ¡Basta ya¡ Nada de eso sirve para poder erradicar todos estos actos de violencia y asesinatos machistas.
Así pues, entiendo que son las leyes española las que tienen que cambiar; las que tiene que buscar la solución para que estos bestiales asesinatos puedan ser erradicados. Pero para ello, también debemos tener en cuenta que para que las leyes funciones contra estos bárbaros humanos tienen que contar con el modelo de una sociedad pluralista, comprometida, con un cambio de nuevas ideas, nuevo pensamiento en todos los frentes sociales. La cultura, la educación y las leyes son los resortes para que una sociedad democrática pueda vivir con dignidad y seguridad.
La violencia contra mujeres y niñas es una violación grave de los derechos humanos. Su impacto puede ser inmediato como de largo alcance, e incluye múltiples consecuencias físicas, sexuales, psicológicas, e incluso mortales, para mujeres y niñas. Afecta negativamente el bienestar de las mujeres e impide su plena participación en la sociedad. Además de tener consecuencias negativas para las mujeres, la violencia también impacta su familia, comunidad y el país. Los altos costos asociados, que comprenden desde un aumento en gastos de atención de salud y servicios jurídicos a pérdidas de productividad, impactan en presupuestos públicos nacionales y representan un obstáculo al desarrollo.
¿De qué sirven leyes ejemplares cuando la mujer ya está muerta? ¿De qué sirven condenas ejemplares si el machismo sigue campando a sus anchas? Escribe Gema Lendoiro en El País, que la educación falla porque hay muchas, demasiadas cosas, que pasamos por alto y con las que no nos ponemos lo suficientemente serios. Y ahí los padres, cuando nos toca educar, tenemos mucho que hacer porque la responsabilidad es enorme. No se nace maltratador ni se nace machista, se aprende por imitación. Principalmente en casa. Y tanto de la madre como del padre.
Desde luego las leyes tienen que ser las que velen siempre por los intereses de los ciudadanos, pero ¿por qué no nos centramos de verdad en el origen? Todos somos el resultado de nuestras educaciones. Y cuando hablo de educación me refiero a la familia, no al colegio (que es enseñanza y también importa). Si no desterramos frases y creencias de raíz, nunca jamás acabaremos con el machismo. Padres y madres debemos trabajar tanto si tenemos niños como si tenemos niñas. El machismo también se da entre las mujeres y de una manera todavía más ofensiva, si cabe.
La educación es un camino largo, a veces difícil, pero tiene que ser siempre en la misma línea. Si estamos horrorizados con el machismo, no podemos seguir educando a los más pequeños con estereotipos como “los chicos no lloran, eso es de mariquitas, para estar bella hay que sufrir, ese deporte es de chicos, las muñecas son de niñas…la lista es interminable. Esto en la infancia, pero en la adolescencia el discurso tampoco tiene desperdicio. ¿Acaso no es una frase de madres la de tienes que hacerte respetar y por eso no te puedes ir a la cama con un chico en la primera cita? Siempre he encontrado en ese discurso algo perverso.
Porque lo que se persigue con ese consejo no es un respeto emocional, sino de pureza, de virginidad, como si una mujer que no lo sea ya no puede ser tomada en serio. Se persigue un engaño, un, hasta que no me pongas el anillo o me ofrezcas garantías, no te doy mi cuerpo. Me parece una manipulación de la sexualidad. Un te doy mi cuerpo a cambio de algo. Preferiría que las muchachas jóvenes tuvieran en cuenta otras cosas mucho más importantes como hacer respetar sus emociones y cuerpos pero por otros motivos que nada tienen que ver con esa idea de “mujer que ya está usada”.