04.07.2020 | Redacción | Cultura
Por: Gloria de la Soledad López Perera
¡Ay mi Santa Cruz¡, flor del jardín tinerfeño...
Cuanto hecho de menos aquellos años que pisaba con mis pequeños pies los adoquines que calzaban tus calles.
Añoro los carritos de golosinas, donde las mercorchas y las chuflas eran el tesoro codiciado de una tarde de paseo.
Como aquellos domingos de obligada visita al parque, para ir a jugar a los columpios, visitar el charco de los patos y por supuesto comprar el paquete de millos en el quiosco para dar de comer a las palomas.
Cuantas veces nos reimos sin malicia de la tetona, que con sus grandes pechos al aire hacía un guiño a la censura de la época. El lugar de obligada parada para hacernos la famosa foto con los animales de peluche que todo chiquillo de aquella época guarda entre sus recuerdos.
Pero, como has cambiado mi Santa Cruz...
Eras una hermosa capital abierta al mar, donde las olas batían con fuerza contra la Plaza España inundando la zona del Cabildo de agua y salitre.
Pero te han cerrado, fortificado al oceano y cubierto de una muralla de rejas y containers, imposibilitando al santacrucero acceder a tus muelles y caminar por ellos. Pasear por la marquesina, como hacía yo hace muchos años, recreandome con el barco de la luz y con el faro, que por las tardes se encendía indicando con su luz que el anocher se acercaba.
No puedo dejar de pensar que has sido maltratada por quienes con los años decían que velaban por tí, pués cuando recorro tus calles más longevas puedo observar el deterioro en el que te han sumido.
Pero mi mayor tristeza ha sido comprobar como las grandes laurisilvas que engalaban con prestancia nuestra avenida, se han ido enfermando y sin que nadie lo puedira remediar han tenido que ser taladas.
Estos árboles de más de cien años han dado su sombra y prestado su verdor a la ciudadanía, pero parece que ahora a nadie le importa que vayan cayendo uno a uno, sin exigir al menos una respuesta o una solución para que esto acabe y no termine por perjudicar a los demás árboles que se alínean a lo largo de nuestra rambla.
No debemos de perder más batallas y luchar por la ciudad que realmente deseamos tener e intentar ganarle al abandono y al derrumbe. Hay tantas cosas hermosas que podemos salvaguardar, pero eso depende de todos. No deseo ver como los edificios se llenan de redes que evitan la caída de cascotes, ni puedo soportar que los majestusosos arboles de nuestra niñez se mueran ante mis ojos.
Por eso hoy, en un intento de recrearme en mis recuerdos, he vuelto a la plaza de los patos y allí con un libro entre las manos, con el sonido de la fuente como banda sonora de fondo, he podido volver a mi viejo Santa Cruz, a la ciudad que me vio crecer y que no deseo, ni quiero perder.
Imagen: Gloria de la Soledad López Perera | CEDIDA