Volar con alas de libertad
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
No busco la perfección porque no la tengo. Lo que busco en este mundo globalizado del comienzo del siglo XXI, es encontrar la respuesta adecuada para saber donde he invertido mis errores y mis virtudes. La búsqueda de las respuestas son como alas de libertad que vuelan en las alturas, superando incluso esas nubes flotantes que desde la tierra vemos muy lejos para alcanzarlas con nuestras manos. ¿Qué le podría decir yo a mi hija Nadira para que pueda volar como las gaviotas de Richard Bach (Juan Salvador Gaviota”). Sencillamente, nada. Ella ya vuela en su mundo, en su espacio, en su tiempo.
Escribía Richard Bach, refiriéndose al fracaso: “No existen fracasos. Los acontecimientos que atraemos hacia nosotros, por desagradables que sean, son necesarios para aprender lo que necesitamos aprender y todos los pasos que damos son necesarios para llegar adonde hemos escogido”. Quiere decir que de los fracasos también aprendemos y nos convierten en personas más experimentadas en la vida. Es por ello, querida Raquelilla, que tu mundo es tuyo; donde tú eres la arquitecta de tus proyectos, forma de pensar, de dibujar tu vida, tus sueños e ilusiones.
Por otro lado, y en cada momento y etapas de la vida, motivan unas series de transformaciones marcadas por los “reglamentos” de la vida de los seres humanos, convirtiéndonos en sueños libres para realizar nuestros proyectos. Un futuro sin libertad y sin ideas, no es futuro. Ya lo decía Richard Bach: “siempre serás libre para cambiar de idea y elegir un futuro diferente”.
Sin duda, somos brújulas de nuestros propios destinos, donde navegamos en barcos distintos de la vida. Mi sextante, ese instrumento que permite medir la separación angular entre dos objetos, tales como dos puntos de una costa o un astro, generalmente el Sol, y el horizonte, me permite ver fronteras más transparente a través de la afectividad y la luz que me ilumina desde el corazón de mi hija Raquelilla.
Con respecto a los valores de las familias, Richard Bach comenta: “el vínculo que une a tu verdadera familia no es de sangre, sino de respeto y goce mutuo”.
Bach habla de respeto. El respeto es, básicamente, el reconocimiento de la dignidad del otro, de su singularidad. Es aceptarlo como alguien que no está hecho a imagen de semejanza de mis deseos y expectativas. Quizás el amor no es obligatorio en las relaciones humanas, porque no se puede amar por obligación. El amor es un punto de llegada en cualquier vínculo, el fruto de experiencias compartidas (algunas gozosas, otras dolorosas), de un proceso de conocimiento mutuo, de valores vividos y no sólo declamados, de una natural empatía. El amor no es obligatorio. El respeto sí. Aunque no construyamos ningún vínculo con él, el otro debe ser respetado, del mismo modo en que debe respetarnos. Acaso apenas nos veamos una vez en la vida, acaso nuestros caminos no sean conjuntos. No importa. El respeto es obligatorio. El respeto no incluye necesariamente al amor, pero el amor encierra al respeto, no existe sin él.
La sangre no garantiza amor; es, en principio, un dato biológico. A ese dato luego habrá que darle contenido y sentido. La palabra familia, por sí sola, no crea amor. Pero ofrece un campo en el cual sembrar experiencias, valores, modos de vincularse, maneras de aprender y crecer que permitan partir de casa para sumergirse en el mundo con herramientas que lo mejoren. O todo lo contrario. La familia es, como se dice, la célula básica de la sociedad. De todo lo que es la sociedad, de sus luces y sus sombras, de su violencia y de su amor, de su hospitalidad o de su hostilidad. Confucio (551 a. C.-479 a.C.), el filósofo y maestro chino, decía al respecto: “Cuando las familias individuales han aprendido la bondad, entonces la nación entera ha aprendido la cortesía”. Si el lazo de sangre conduce a eso, es trascendente. Si no fuera así, ese lazo no tiene por qué convertirse en una cuerda que inmoviliza. No elegimos la familia en la que nacemos, pero podemos elegir en qué tipo de familia queremos vivir. De lo primero no somos responsables, de lo segundo sí.
Por último, que puedo escribir que no hayan hecho otros anteriormente. Mi columna necesita de alternativas nuevas que puedan refrescar mi memoria y de paso, servirme como botellas de oxígenos que permitan motivar y activar mi imaginación, especialmente ahora que vivimos en una sociedad aislada de ilusiones y motivaciones. Un mundo, que aunque sea redondo, se presenta como un tablero de ajedrez con sus correspondientes fichas de rangos y castas de poderes. Sobre todo, cuando estamos siendo acosados por un virus maligno denominado Covid-19. No importa, el ser humano esta demostrando que sabe sobrevivir y adaptarse a estos nuevos tiempos. Sin duda, este homenaje que le quiero hacer a mi hija Nadira, es la siembra de una semilla llamada valores humanos.
Así pues, querida hija, no olvides nunca que el pasado también tuvo un presente. Con errores y aciertos; pero con el compromiso de un proyecto, de una ilusión y de un sueño que la vida nos brindó en cada una de nuestras fases de la vida. Elegimos la libertad y el compromiso para hacer un brindis al universo y al planeta tierra; asociados todos ellos a los valores del respeto, derechos y obligaciones, sin olvidarnos de seguir haciendo las cosas con amor y solidaridad.