19.09.2020 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
En estos momentos de este comienzo de siglo XXI, vivimos a la deriva, sin rumbo y sin una dirección que nos lleve al optimismo de un futuro mejor. El virus pandémico se ha encargado de paralizar el planeta tierra de una manera despiadada. Vivimos con el miedo y con la incertidumbre de que será de un nuevo amanecer. Las mascarillas, con la incomodidad que conlleva, se han convertido en nuestros mejores aliados para distanciarnos del coronavirus. Deambulamos por las calles por la necesidad de comprar los productos más necesarios para el hogar, trabajar y visitar a las familias, pero todo ello con las prisas y el deseo de llegar cuanto antes al hogar. Viajamos en un barco sin brújula ni timón, pero lo hacemos porque tenemos que seguir viviendo.
Escribe María Jesús Hernanadez (La Opinión de Murcia), que los especialistas en Salud Mental prevén un aumento de casos de agorafobia y de cuadros de ansiedad ante el temor a salir de casa por el coronavirus. Aunque aún no existen estudios epidemiológicos al respecto, lo cierto es que los psicólogos ya empiezan a detectar un aumento de las consultas por problemas de ansiedad derivados de la pandemia, tanto por los efectos sanitarios como por su repercusión económica y social.
Aseguran que, si bien algunas personas han necesitado apoyo emocional durante el confinamiento -trastornos de conducta, pesadillas-, muchos lo demandan ahora, al sentirse más nerviosos y temerosos con la vuelta a "cierta" normalidad. "Ahora que tienen que salir, les está costando mucho porque es cuando tienen realmente la percepción del peligro. Es ahora cuando salen los síntomas de ansiedad, las agorafobias y los miedos en general", señala la psicóloga María del Carmen Rodríguez, profesora de Psicología de la UOC.
Por otro lado, como describe Javier Ramírez en el Correo de Andalucía, esta pandemia ha dejado muertos, enfermos crónicos, secuelas de todo tipo, una ruina económica que está por llegar con toda su fuerza en un futuro cercano. Esta pandemia ha dejado tocada la credibilidad de los políticos, ha descubierto las carencias de un sistema sanitario que pensábamos que era el mejor del mundo y no lo era (otra cosa es que nuestros sanitarios sean excelentes profesionales y que se dejen la piel al realizar su trabajo), ha descubierto que los medios de comunicación se tendrán que reinventar porque tal como están funcionando ahora tienen los días contados. El SARS-CoV-2 ha puesto nuestra vida del revés. Sin compasión. Y pasará mucho tiempo hasta que podamos pensar que las cosas vuelven a ser lo que eran.
Esta pandemia ha generado una tristeza entre los ciudadanos que pesa más que cualquier otra cosa. Depresiones, falta de concentración, miedo a un futuro incierto. La Covid-19 nos ha dejado en tierra de nadie, a la deriva, solos y desamparados.
Y lo peor es que nos deja a todos (a todos los seres humanos del mundo) sin saber qué somos, quiénes somos, dónde nos dirigimos y cómo vamos a hacer las cosas en el futuro. Lo peor de esta pandemia es que las caretas se han caído y hemos dejado ver la verdad para, paradójicamente, no saber contestar a esas preguntas fundamentales. Estamos perdidos, no tenemos una mano enorme a la que agarrarnos. O eso creemos.
Pienso en la situación que se generó con la conocida como ‘gripe española’ en todo el mundo. Entre 50 y 100 millones de muertos son muchos. Pero pasó el tiempo y todo se olvidó. La vida siguió siendo la vida. Al fin y al cabo, somos todo lo que es vivir y todo lo que es la muerte; al fin y al cabo, nacemos perdidos y morimos perdidos aunque finjamos no estarlo durante años y años. Si aquello se superó esto que hoy nos atenaza quedará atrás.
Ha llegado el momento de sacar buenas conclusiones de este mal sueño. Si no lo hacemos podemos caer en la trampa de no poder despertar nunca. Ha llegado el momento de perder el temor y enfrentar la realidad, de arrimar el hombro (no como lo hacen los políticos sino con voluntad de salir adelante, de cuidar unos de otros porque es a lo que se viene aquí además de a morir). Ha llegado el momento de demostrar que somos dignos de ser padres, madres, hijos o nietos. Ha llegado el momento de dar la cara y dejarnos de excusas. No nos queda otra porque los políticos no nos van a sacar de esta como quisiéramos. Nosotros mismos somos esa mano grande que creemos que nos falta.