04.04.2020 | Redación | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Un nuevo amanecer vislumbra desde las ventanas de mi habitación, rendida al confinamiento, un día gris y desolado por el virus asesino COVID-19. La ciudad, como días anteriores, muestra una imagen desierta, pero con la presencia de más aves y menos contaminación. El mundo ya no podía aguantar más. El cambio climático, la contaminación, la invasión del plástico, el capitalismo y consumismo, y las guerras, todo llevado a cabo por la mano del ser humano, hizo que el planeta tierra diera un giro violento y sorpresivo. Ha tenido que ser un virus diabólico, inteligente engendrado por la madre naturaleza o por un laboratorio experimental humano, el que haya puesto en guardia a todos los continentes del mundo actual de este comienzo del siglo XXI.
Sin duda, a partir de ahora se abre una nueva ventana de un futuro incierto y lleno de incógnitas, pues el presente ya lo tenemos con el coronavirus; donde intentamos evitar los contagios de los que ya están infectados y poder salvar nuestras vidas. Los miles de muertos, la mayoría ancianos, se han ido en silencio y en la mayor soledad, sin el abrazo y el beso de sus familiares, salvo con la presencia y atendimiento de los sanitarios, esos grandes héroes que cada día se juegan la vida por salvar las nuestras. Este virus malicioso e inteligente viene a demostrar que todos somos iguales ante las enfermedades y la muerte. Un COVID-19 que no mira banderas, países, colores ni razas. Había que cambiar el mundo, el modo de vivir de los seres humanos.
Estábamos destruyendo nuestro propio escenario, nuestro propio planeta tierra. No teníamos compasión con el medio ambiente, nos convertimos en animales racionales feroces y depredadores ante un mundo que no estaba dando todo, pero que no supimos valorarlo ni respetarlo. Ahora, bajo el miedo, la amenaza y el confinamiento, es una oportunidad para reflexionar y pensar donde hemos fallado con nuestro planeta tierra. El presente es algo que no sabemos, aunque intentaremos ser positivo y verlo con esperanzas de un nuevo mundo, un nuevo cambio más humanizado y sensible con todo aquello que nos rodea. Una parte de la antigua generación se han marchado de este mundo. Una biblioteca humana de sabiduría y experiencias que en otra época lucharon y trabajaron duramente, para que esta España transformativa de este comienzo de siglo XXI, pudiera tener una vida con mayor calidad que las que tuvieron nuestros abuelos y padres.
Aprovechemos de esta lección que la vida nos esta dando, pese a sus dificultades tan duras y dolorosas. Luchemos por conservar un mundo más justo e igualitario, sin distinguir color, raza, banderas o religiones. Seamos más humanos, más flexibles y solidarios con nuestro propio planeta tierra, con nosotros mismo y con los demás. Luchemos por la nueva generación, con el objetivo de enseñarles los valores de las familias y de la vida. Mañana será otro día, otro momento. Nuestra única verdad es el momento que vivimos. Afrontémoslo con inteligencia, serenidad y compromiso con lo que queremos tener y vivir.