03.12.2022 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Al igual que los seres humanos y animales irracionales, los dioses también se pelean entre ellos. Desde épocas muy antiguas, muchas son las culturas y civilizaciones que han creado sus propios dioses. Sus formas de pensar, creer, asociadas todas ellas a las distintas etapas de la vida en el planeta tierra, han motivado mantener una fe ciega en las vidas religiosas de la Historia de las Civilizaciones. Es por ello, que los distintos dioses que representan a las culturas de las antiguas civilizaciones del mundo, los dioses se han visto saturados ante tantas guerras, miserias y depredación del hombre, el cual en su evolución humana no ha sido capaz de calmar su sed de egoísmo y de maldad. Dioses que han sido elegido por el ser humano, con el objetivo de aferrarse a cualquier cosa que les pudieran mantener espiritualmente la moral activa en sus luchas en las guerras por las conquistas de las tierras y fronteras. Dioses, imaginarios que exigían sacrificios humanos y de animales para calmar las iras o el enfado de aquellos líderes religiosos que solo existían en las mentes de aquellas personas que pertenecieron a otras épocas de la prehistoria e historia desde que se inventó la escritura. Todo esto significó, a modo de ciencia ficción, que los dioses convocasen muchas reuniones para buscar alternativas que pudieran mejorar las acciones del hombre en la tierra, pero a la vez, enfados y peleas entre ellos a la hora de llegar a un consenso. Aunque los dioses se consideren perfectos, eso es lo que escribe el ser humano en las Sagradas Escrituras, como en otras religiones, también ellos tienen sus disputas ante las decepciones que sus seguidores han venido ofreciendo desde que el mundo se hizo realidad. También yo tengo un dios, pero no porque yo lo haya elegido, me lo han impuesto desde que nací. No sé si es alto, delgado, grueso o bajito, pero también es cierto que cada vez que he tenido un problema serio me he acordado de ese dios que me han impuesto. Incluso, hasta para morir, tengo que tener el beneplácito de un sacerdote para ser enterrado o incinerado. De lo contrario, mi despedida de este mundo sería como un bastardo para la llamada Santa Iglesia Católica. Seguramente, al igual que les sucedieran a otros hombres de anteriores épocas de la historia, mi dios, Cristo o Virgen, estarán muy decepcionados conmigo. No me importa. Yo sé en quién creo y en lo que soy yo.
Sin embargo, tengo que reconocer mis más sinceros respetos a las creencias religiosas de los seres humanos. Cada uno es libre de elegir al dios que quiera, al igual que lo hicieran en la antigua ciudades de Mesopotamia y otras civilizaciones de una época en fase de evolución humana continua. Dioses somos casi todos, aunque no hagamos milagros, cosa que yo nunca he visto. Hay muchas formas en la vida de ser un dios. Por ejemplo, la madre que engendra un hijo o el padre que contribuye ha realizarlo. De la misma manera, las personas que logran objetivos y proyectos con sacrificios y sudor. Las que son buenas, nobles, solidarias y transmiten amor. Bueno, creo que ya me he desbordado en mi imaginación entre dioses y personas. Ellos/as, me refiero a los dioses, también tienen sus defectos, eso es lo que describen los antiguos clásicos griegos o los mesopotámicos. Por lo tanto, considero que la perfección no está comprobada en la vida de todo ser vivo en el planeta tierra, pero tampoco en el más allá del universo, aunque las leyendas bíblicas digan lo contrario del dios de cada hombre. Mi dios es la ilusión y la fe que yo le quiera dar. Mi dios es mi salud; mi voluntad y mi forma de proceder y actuar en la vida. La verdadera verdad es que nacemos y morimos. Lo demás, es una realidad superficial entre la lucha por la supervivencia y la fe que puedas tener entre el dios que has elegido. Por lo tanto, evitemos enfadar a nuestros dioses y evitar que se peleen entre ellos.
Imagen de archivo: Rafael J. Lutzardo Hernández