18.09.2021 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
La filosofía de los grandes clásicos parece ser la gran ausente en este comienzo de siglo XXI, especialmente a la hora de que los jóvenes tomen decisiones propias y no forzadas por sus respectivas familias y por el sistema impuesto de cada país. Me comentaba mi amigo Andrés, docente, la importancia que tiene la filosofía de los grandes clásicos en la vida de las personas, especialmente en su formación y pensamiento, pero también en los momentos donde la sociedad se convierte en “juez" de cada uno de nosotros y que al final, entramos dentro de los que se denominan castas sociales.
Es decir, y como dice mi amigo Andrés, “si no eres titulado universitario parece que no tienes un sitio en la sociedad donde vives. Del mismo modo, y aunque es un factor importante, no son las notas de mis hijos lo que más me importa. Sino su forma de pensar, de relacionarse, de comportarse y de exponer sus ideas y criterios con las personas con las que se relacionan”.
Por otro lado, es interesante que los jóvenes también se sientan motivados, valorados y respetados en los distintos escenarios de sus respectivas vidas. Tanto en los estudios, en las familias y en todas aquellas profesiones que hayan elegidos. Si no se les enseñan valores, los ejemplos y la enseñanza en la preparación y formación de sus vidas, son como columnas de cartón mojado. Es decir, débiles y con contenidos de valores vacíos.
Por otro lado, Magdalena Reyes licenciada en Filosofía por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República del Uruguay; destaca la importancia que es la filosofía, señalando que: “el significado etimológico es amor a la sabiduría. La filosofía es el arte de pensar profundo con la disciplina del buen razonamiento y la búsqueda de la claridad conceptual. La filosofía ha sido siempre el procurar una mayor amplitud de conciencia para interpretar y darle sentido a las cuestiones más significativas de la vida. Es la búsqueda de la verdad acerca de uno mismo, es el famoso el conocerte a ti mismo socrático.
Y también es la búsqueda de la verdad del contexto en que vivimos. La filosofía además de ser introspectiva es política también y tiene que ver con el desarrollo de nuestra naturaleza social. Me refiero al arte de vivir juntos. Las grandes preguntas de la filosofía no son solamente introspectivas sino que también se refieren al fenómeno social y político”.
En cuanto a la aportación de la filosofía en la vida cotidiana del ser humano, señala que: “el hombre es un ser en búsqueda de cuál es su sentido en la vida cotidiana, de dónde se para en ese espacio en el cual se va desarrollando, va viviendo, va haciendo. Se pregunta ‘quién soy y qué debo hacer para ser quien quiero ser’. Y para responder estas preguntas que son tan fundamentales para cualquier ser humano, la filosofía es una herramienta fundamental. No son preguntas que se hacen solo los filósofos porque no me imagino a ningún ser humano que pueda prescindir de ellas. La filosofía nos ayuda también a poner en signos de interrogación esas creencias y certezas que nos son enseñadas en nuestra cultura”.
En lo que respecta a la relación entre filosofía e inteligencia, la catedrática considera que: “la inteligencia artificial reporta beneficios al ser humano, pero amenaza que perdamos nuestra autonomía y nuestro libre albedrío. Y los filósofos están planteando que para evitarlo necesitamos tomar decisiones ya. Comenzar a reflexionar lo que es deseable y lo que no es deseable y generar nosotros la posibilidad de cambios para desandar ese camino e intentar preservar nuestra autonomía, que aunque no seamos conscientes de ello la estamos perdiendo”.
Por otro lado, en un artículo interesante titulado Identidad adolescente y filosofía, escribe Alejandro Sarbach, catedrático de filosofía de Educación Secundaria, que la filosofía suele tener una cierta entrada en el mundo propio de los estudiantes. La razón podría estar en un cierto isomorfismo entre la situación vital de los adolescentes y las características del pensamiento filosófico en general. La filosofía nos relaciona de una manera especial con las incógnitas de la vida y del mundo, a través de tres actitudes básicas: la ausencia de certezas, condición para el asombro y la curiosidad; una postura ambigua frente a la verdad, cuya búsqueda se asume como programa de vida, pero al mismo tiempo reconociendo los límites y las dificultades para alcanzarla; y un cierto carácter “a contracorriente”, dado por su improductividad material o su talante intempestivo. Puesta en paralelo, la “identidad adolescente” se constituye desde lo que falta o se “adolece”.
Falta que sumerge al joven en la incertidumbre y suele alejarle del dogmatismo frecuente en la verdad adulta. Un individuo a quien la valoración extrema de la honestidad y de la coherencia, –fulanito “es un tío legal”– le lleva al enfrentamiento o a la rebeldía hasta el límite de lo no razonable, –que no necesariamente de lo irracional–. Un ser que solo encuentra justificación a sus actos en su preparación para ser otro, y que su comportamiento presente suele realizarlo bajo el signo de la extemporaneidad o la torpeza.
Esta reflexión sobre la identidad adolescente me ha llevado a pensar en un cambio de perspectiva didáctica, que podría reconvertir todo aquello que aparece como dificultad y deficiencia en posibilidad real y positiva; una manera de ver aquellos rasgos que suelen ser percibidos por el mundo adulto como deficiencia, como condición para una actividad intelectual creativa en clase.
La pregunta que surge es ¿cómo hacerlo? ¿Cómo hacer de aquello que es característico en los adolescentes (la construcción de una identidad precaria y a contracorriente) el punto de partida para un trabajo de investigación filosófica en el aula? La asignatura de filosofía suele generar en los alumnos sentimientos bien diferentes. Puede generar aburrimiento; ser vivida como una clase descabellada, en la que se habla de cosas incomprensibles y carentes de sentido común. Una asignatura que, como la mayoría, obliga a memorizar y reproducir contenidos. Pero también, no en todos los alumnos, ni en todas las clases, la filosofía suele generar procesos de identificación considerable, que se manifiesta en una participación intensa.
Cuando se da esto último, tenemos la sensación de que los muros del aula están siendo permeables al mundo de los alumnos, aquel del grupo de amigos, el de las “redes sociales”, aquel celosamente preservado de la mirada adulta. El origen de esta reconversión posiblemente esté en el hecho de haber puesto el foco de la actividad del aula en sus referencias, en sus maneras de ver la vida y de estar en el mundo. La reacción docente más frecuente es centrarse en “lo importante”, volver al temario; cuando lo interesante sería, precisamente agudizar la escucha.
Esto no significa dejar de intervenir, sino hacerlo principalmente para ayudar a profundizar, para indicar contradicciones y avances, subrayar las relaciones propuestas y sugerir nuevas. Se trataría de hacer el esfuerzo por comprender y retener un saber en sí mismo precario; un saber que posiblemente no podamos utilizar de inmediato, pero que, con el tiempo y con paciencia, quizá consigamos retornarlo, muchas veces con la exclusiva finalidad de hacerlo expreso, algunas otras para enriquecerlo con las aportaciones reconocidas de la tradición filosófica.