20.05.2023 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Se puede decir que la vida de alguna manera es una “utopía”. En cierto modo, sí. Y escribo esto porque entiendo que la imaginación del ser humano es infinita. Es decir, construye proyectos de una sociedad futura de un modelo exitoso para la humanidad. Es por ello, que en política se utiliza mucho la frase “utopía”; prometiendo lo que no puede alcanzar ni dar. Del mismo modo, la quimera también se sustenta de esa imaginación fantasiosa de ser humano; una ilusión o un sueño que se anhela o se persigue pese a ser muy improbable que se realice. También, la entelequia se engalana y se nutre de esa imaginación en cosas, personas o situaciones perfectas e ideal que solo existe en esos diversos y múltiples puzzles de la imaginación de hombre.
Por lo tanto, la vida en el planeta tierra está llena de filosofía generada por aquellos clásicos griegos de otras generaciones anteriores a la nuestra. Pensamientos filosóficos, que en este comienzo del siglo XXI se sigue llevando a cabo en todas las sociedades del mundo. Lo cierto es, que todo este movimiento filosófico va de la mano con la verdadera realidad con la que todo ser vivo tiene que vivir cada día. Por ello, la verdad la describe la enciclopedia Wikipedia de la siguiente manera: es aquello que realmente existe y se desarrolla, contiene en sí mismo su propia esencia y sus propias leyes, así como los resultados de su propia acción y desarrollo.
En definitiva, personalmente me aferro a mi realidad, a mi existencia. Mi vida, al igual que millones de personas, no depende de la filosofía, la cual no me da de comer y ni me genera las herramientas necesarias o ninguna para poder realizar cualquier proyecto de mi presente y futuro. Posiblemente, en un momento de inspiración, bien puedo escribir algo romántico filosófico; hablar con mi soledad, inspirarme en una narrativa poética o escribir una novela de ciencia ficción. Sinceramente, entiendo que la vida es ya bastante difícil para poder realizar los proyectos soñados y poderlos convertirlos en realidad. No creo que Heródoto o Séneca, entre otros muchos, vivieran únicamente de la filosofía, salvo que los poderes facticos de aquellas épocas les permitieran ser filósofos a tiempo completo y a la vez, consejeros de sus respectivos mandos militares.