25.04.2020 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
La vida de todo ser humano es una radiografía que la vida te hace a través de las etapas en las que estamos viviendo. Hasta ahora pensábamos que la tierra era propiedad nuestra, pero no nos dimos cuenta que solo nos pertenecía unos cuantos metros Incluso, muchos de ellos de ellos no han tenido absolutamente nada.
Tantas luchas por las conquistas de los territorios y fronteras; guerras, religiones, castas, riquezas, para que al final un virus llamado COVID-19; nos haya demostrado que somos tan débiles como cualquier hoja de un árbol cuando en viento la abofetea.
El orgullo, la avaricia, la prepotencia, el egoísmo y el protagonismo individual, nos han llevado al túnel de la oscuridad, sin ver en realidad lo que somos ante la vida y la muerte.
Creo que es el momento para luchar y trabajar en las grandes minas de la vida, con el objetivo de encontrar valores y no oro. Si logramos extraer valores de esas minas del planeta tierra, posiblemente podamos vivir con mayor humanidad entre todos nosotros. No es cuestión de esculpir la perfección, porque no existe, pero si podemos reflexionar donde hemos fallado y acertado, con nuestras virtudes y defectos.
Por otro lado, de la mente brillante de la psicóloga italiana Francesca Morelli, un pensamiento en voz alta, responde a una realidad que en estos momentos nos invade a todo como el COVID-19.
“Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibrio a las cosas según sus propias leyes, cuando estas se ven alteradas. Los tiempos que estamos viviendo, llenos de paradojas, dan que pensar…
En una era en la que el cambio climático está llegando a niveles preocupantes por los desastres naturales que se están sucediendo, a China en primer lugar y a otros tantos países a continuación, se les obliga al bloqueo; la economía se colapsa, pero la contaminación baja de manera considerable. La calidad del aire que respiramos mejora, usamos mascarillas, pero no obstante seguimos respirando…
En un momento histórico en el que ciertas políticas e ideologías discriminatorias, con fuertes reclamos a un pasado vergonzoso, están surgiendo en todo el mundo, aparece un virus que nos hace experimentar que, en un cerrar de ojos, podemos convertirnos en los discriminados, aquéllos a los que no se les permite cruzar la frontera, aquellos que transmiten enfermedades. Aún no teniendo ninguna culpa, aún siendo de raza blanca, occidentales y con todo tipo de lujos económicos a nuestro alcance.
En una sociedad que se basa en la productividad y el consumo, en la que todos corremos 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué, sin descanso, sin pausa, de repente se nos impone un Aarón forzado. Quietecitos, en casa, día tras día. A contar las horas de un tiempo al que le hemos perdido el valor, si acaso éste no se mide en retribución de algún tipo o en dinero. ¿Acaso sabemos todavía cómo usar nuestro tiempo sin un fin específico?
En una fase social en la que pensar en unos minutos se ha vuelto la norma, este virus nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de esta es hacer piña, hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que ser responsables y que ello a su vez se responsabilice para nosotros.
La corresponsabilidad: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te rodean, y que tú depende de ellos. Dejemos de buscar culpables o de preguntarnos por qué ha pasado esto, y empecemos a pensar en que podemos aprender de todo ello. Todos tenemos mucho sobre lo que reflexionar y esforzarnos. Con el universo y sus leyes parece que la humanidad ya esté bastante en deuda y que nos lo esté viniendo a explicar esta epidemia, a caro precio.