04.03.2023 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Hablar o escribir sobre lo que fue el mundo del cambullón en canarias, es escribir sobre un pasado que en su momento también resultó ser un presente. Es por ello, que ya poco se escribe sobre el mundo del cambullón en el Archipiélago canario. Cierto es, que mucho se ha dicho y escrito sobre el tema señalado, pero creo que todavía hay muchas cosas y detalles que descubrir, escribir y hablar sobre el citado tema. Sin duda, esa generación de aquel pasado de la sociedad canaria, alimentada una parte por los cambulloneros, ya están casi todos desaparecidos. Es lógico, ante el avance de la vida y las sustituciones de las generaciones venideras, el mundo del cambullón a penas, por no decir ninguna, tenga protagonismo en el nuevo modelo de la sociedad canaria de este comienzo de siglo XXI. Sin embargo, reconozco, que tengo mucha curiosidad por seguir indagando lo que debajo de ese mundo de trueques se esconde todavía. Lo tengo difícil, pero no imposible. Lo importante es averiguar algunas descendencias de algunos de esos cambulloneros de antaño. A partir de ahí, se abriría una nueva posibilidad de ahondar un poco más de lo que fue esa vida clandestina de aquella época representada por una España dictatorial en tiempos de la dictadura franquista.
Por otro lado, mi amigo, periodista, dramaturgo y escritor, Cirilo Leal, es una de las personas que durante muchos años ha venido trabajando e indagando los efectos y la importancia que tuvo el mundo del cambullón en nuestras islas. En su Teatro y marginalidad en Canarias, mi buen amigo explica que el cambullonaje es una tradicional forma de comercio que se generó en las islas al arribo del tráfico portuario, consistente, en la actualidad, en la compra de sobrantes de gambuza o barriduras de bodega”. También, es justo reconocer, que cuando se descubrió la penicilina, años más tarde, las personas dedicadas al cambullón la promocionaron mucho en el Archipiélago canario, especialmente a través de trueque con otros artículos, los cuales entraban por las noches por las costas marítimas en rápidas falúas. Sobre todo, en Tenerife y Gran Canaria.
Así pues, la generación de los cambulloneros dejaron marcada una época de picarescas, atrevimiento, necesidad, forma de vivir, clandestinidad y lucha de supervivencia en una sociedad carente de muchas cosas básicas en aquellos momentos. Variedad de productos alimenticios; penicilina, máquinas fotográficas, anillos, y marcas de relojes falsificadas, fueron los elementos y productos que se vendieron en aquella época de manera clandestina en nuestras islas.
Pero tampoco debemos olvidar ese muelle ubicado en el corazón de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Un lugar, donde el cambullonero esperaba impacientemente para que los barcos atracasen y esperar en tierra firme a los turistas que llegaban a la isla tinerfeña. Ni que decir tiene, que la posguerra fue muy dura para millones de personas. Por todo ello, la etapa del cambullón mató mucha hambre.