30.05.2020 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Sin duda, muchos son los héroes de esta etapa pandémica de la COVID-19 en todos los rincones del mundo. Un comienzo del siglo XXI marcado por un virus invisible e inteligente, pero cruel y sin sentimientos con la raza humana, especialmente con aquellas personas mayores de sesenta años. Una cifra de víctima en España que supera más de 27.000 muertos por la COVID-19, no exentas de otras patologías y de los grandes y graves errores del Gobierno español. No es hora de buscar culpables, pero sí de tener la memoria fresca de todo lo sucedido desde un principio.
Es por ello, y como escribe Paula María, hace semanas que los españoles lloran la marcha de miles de mayores, toda una generación perdida. El país lanza un adiós sin ceremonias, tal y como lo exige el escenario de guerra que desató la pandemia. A todos ellos, el virus les ha arrebatado el último acto, ese en el que la vida les tenía reservada una tregua que la historia les había negado hasta ahora. Sobrevivieron al hambre de posguerra y se encargaron de ahorrar cada peseta, convirtiendo el "por si acaso" en el mejor colchón sobre el que asentar este país. Pusieron música de copla a una democracia que aprendía a andar y se adaptaron más pronto que tarde a la prisa y los mensajes de WhatsApp. El balance de defunciones es sobrecogedor y son demasiadas las familias que ahora viven una despedida plastificada, con barrera de seguridad. Detrás de cada nueva muerte hay un rostro y una historia que siempre esconde una batalla.
Por otro lado, las muertes siempre son desgarradoras y tristes, sobre todo cuando el destino de cada persona está marcado en el almanaque de sus vidas. No descubro nada nuevo si escribo que desde hace mucho tiempo el planeta tierra estaba comenzando a dar señales de sufrimiento y de dolor ante la gran depredación del ser humano. Ese dolor y sufrimiento por parte de planeta donde vivimos, ya había comenzado a cambiar de manera preocupante para la vida de todo ser vivo en la tierra. El cambio climático; terremotos, guerras, armamentos nucleares, contaminación del medio ambiente y el egoísmo asesino del ser humano contra su propio escenario, motivó que las leyes del universo nos castigaran de manera cruel y sin piedad, a través de un virus francotirador denominado como coronavirus.
Un virus pandémico, que busco en las personas mayores las dianas más débiles para lanzar sus dardos envenenado, con el objetivo de acabar con sus vidas. Con sus historias, sabidurías y conocimientos. Nuestros abuelos, esos grandes héroes que se han ido en silencio, han dejado entre nosotros una profunda huella de sentimientos y valores. Esas personas mayores, que en otra época lucharon y trabajaron para que otras generaciones venideras tuvieran mesa y mantel, hoy son los grandes olvidados por una parte de la sociedad, pero también por los Gobiernos que representan al planeta tierra. Un mundo de personas contagiadas por la invasión de los miedos y de las histerias, los cuales caminan desorientados ante las dudas de un nuevo repunte de la COVID-19, siendo los abuelos o personas mayores los más “apestados” y rechazados por esa gran parte de la sociedad en el mundo en que vivimos.
Y que decir de los sanitarios. Personas que fueron enviadas al “matadero” por un Gobierno improvisador y desacertado ante un virus desconocido para la Ciencia de la medicina. Pero insisto, no es el momento para escribir de lo que se pudo haber hecho y no se hizo. Sanitarios valientes que trabajaron sin el material adecuado en el peor momento de la aparición del coronavirus y que lo pagaron a un precio muy alto. Es decir, con sus propias vidas. Por todo ello, en esta pandemia de guerra bacteriológica, muchos han sido los héroes de los diferentes sectores profesionales. Sin embargo, los más débiles y vulnerables, han sido los abuelos, esos viejos gladiadores de la vida. Esas personas mayores que fueron víctimas de sus propios refugios o residencias; convertidas en verdaderas trampas mortales.
Dios quiera que nada de esto se repita y sobre todo, que aprendamos de esta lección que las leyes del universo nos ha enviado como aviso, pues de lo contrario, si seguimos siendo tan depredadores con el planeta tierra, seguramente seremos nuevamente castigados, pero con más fuerza y brutalidad que la COVID-19. Es hora y momento de ser responsables de nuestros propios actos, pero también, para utilizar nuestra inteligencia para reconstruir un mundo mejor.