17.10.2020 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J.Lutzardo Hernández
Canarias siempre ha sido un referente en la Historia del ser humano en la tierra. Tanto es a sí, que desde la época clásica los griegos ya conocían la existencia del Archipiélago canario en la antigüedad, porque su literatura, los mitos legendarios que crearon sus autores conocidos, parecen dejar pocas dudas de algunos escenarios que sirven de trasfondo a las tramas épicas que narran.
Así, el escritor clásico Homero fue el primero que tuvo referencias de la existencia de Canarias en la antigüedad. Homero no dudó en incluir a las Islas Canarias en su obra principal, La Odisea.
Las Islas Canarias son así el escenario de las escenas que Homero narra cuando su protagonista llega al país de los Feacios o a la isla Ogigia. También parece arribar a las Islas Canarias Ulises y Menelao de regreso de la Guerra de Troya.
Canarias sería también la Atlántida platónica y el Jardín de las Hespérides podría ser el Valle de La Orotava. El árbol del drago, el dragón que vigilaba las manzanas de oro que Heracles, otro personaje, vendría a buscar.
El pico Teide es perfectamente identificable en la descripción del Atlas que hace de esta parte del mundo el gran Herodoto. Una mención similar que realiza también Virgilio (autor romano) en su Eneida y Píndaro en su torre de Cronos y Hannón en su periplo cuando este último se refiere al carro de los dioses. Canarias en la clásica mirada griega.
Sin duda, nuestra tierra es única, empapada de historia, llena de encantos y de bellezas. Nuestro Archipiélago canario es como un cuento escrito por un clásico griego, inspirado en los acantilados y costas del mar entre el sur y el norte de las islas. Y la verdad es que Canarias apunta todos los detalles para que cualquier escritor, pintor, cineasta e historiador, pueda sentirse atraído e inspirado en sus escenarios. Islas que en otra época fueron hijas de las profundidades del mar y que se configuró como un Archipiélago al emerger con fuerza, dejando atrás corales que durante miles de años estuvieron aferrados a sus espaldas. Islas asociadas al ámbito africano, en concreto en las tribus de origen bereber que pueblan el norte de ese continente.
Pese a todo ello, el verdadero origen de los primeros pobladores de las islas sigue siendo un misterio. Incluso, muchos historiadores y curiosos de todos los tiempos han acudido a la Biblia, donde se recoge testimonios de la Antigua roma y todo tipo de leyenda para encontrar una solución a este enigma. Pero ninguna hipótesis resulta totalmente convincente. No importa, lo cierto es que actualmente el Archipiélago canario formó parte de la vida de nuestros antecesores llamados guanches.
Del mismo modo, nuestras costas están esculpidas por el embate constante de un mar que reclama lo que es suyo, el espacio que el hombre moderno le ha arrebatado en su ambición evolucionista. Islas marcadas por las huellas de la conquista; tierras y jardines de plantas aromáticas, aguas limpias y transparentes que bajaban por cada una de las venas de las cordilleras o montañas, alimentando a todo ser vivo que se hallaba en aquellos frondosos montes, barrancos y valles. Islas que fueron inspiración y motivación de cánticos de amor; adoración a los dioses y veneración al majestuosos padre Teide.
Caminos reales; rincones de piedras alteradas y pulidas por el paso del tiempo. Tierra de emigrantes, de dolor y tragedias. Islas rodeadas de un mar Atlántico que les engalana con sus colores variados de sus profundidades infinitas. ¡Ohhhhh, tierra de elixir…¡ Perfume de mar y tierras de alturas que miran al cielo agradeciendo la luz del sol. Soy tu hijo, heredero de tu cosecha histórica. Islas de bellas y hermosas mujeres; arquitectas y escultoras de corazones de hombres que fueron deslumbrados por sus bellezas, dejando ciegos sus ojos.
Nada es igual. Todo fue un pasado de algo que sucedió. No fuimos testigo de esa leyenda o mito del Jardín de las Hespérides, pero si hemos sido testigos de sus pinturas rupestres; de sus formas de amar, vivir en un escenario hostil a través de las manifestaciones dejadas entre paredes, piedras y material de herramientas agrícolas.