19.02.2022 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Todavía recuerdo aquellas aguas de intensas lluvias que bajaban por el Barranco de Santos dando vida a diminutos peces, anguilas y sapos. Un barranco, que albergaba en sus cuevas a muchas familias y animales domésticos. Por aquella época, años sesenta, yo vivía en la calle San Sebastián de la ciudad tinerfeña. Ni que decir tiene, que ya nada se parece al pasado que yo viví y conocí. Muchas fueron las ocasiones que bajé al Barranco de Santos, con el objetivo de satisfacer mi curiosidad. Las familias que vivían en las cuevas lo hacían adaptándose a las condiciones naturales del cauce del barranco; haciendo la comida con leña o con cocinillas alimentadas por petróleo. Del mismo modo, y en lo que respecta al alumbrado público, señalar que no existía, motivando alumbrase con velas cuya etiqueta reflejaba un elefante, quinqué o lámparas de aceite. En lo que respecta al consumo de agua potable, las mujeres tenían que caminar varios kilómetros, atravesando el Puente Galcerán hasta llegar a la calle la Noria. Una vez allí, llenaban las latas con capacidad para cinco litros de agua, se las ponían sobre su cabeza y dos más en sus manos, retornando nuevamente a pie y con más pesos a sus respectivas casas cuevas.
Por otro lado, el Barranco de Santos se engalanaba de grandes charcos y cascada, donde muchos niños y mayores se bañaban en ellos; creando un paisaje natural maravilloso. De la misma manera, esos charcos también se usaban como lavaderos públicos. Todavía recuerdo el berro salvaje que se criaba con la humedad del agua en las faldas del Puente Galcerán. Ni que decir tiene, que por aquellos años la ciudad de Santa Cruz de Tenerife tenía muchas zonas agrícolas; tanto de tomateros, plátanos, millo y caña dulce y papas. También, el Barranco de Santos albergaba mucha variedad de animales como fueron: gallinas, patos, cerdos, cabras, palomas y algún que otro burro.
Otro de los recuerdos que tengo es la generosidad de mi familia, la cual le facilitaba el agua a muchas personas que nos pedían el agua, con el objetivo de evitar un gran recorrido a pie hasta la calle la Noria. También, para atajar, con el propósito de hacer el camino más corto hacia el corazón de la ciudad. Tampoco quiero olvidarme que nuestra vivienda lindaba con la Finca de plataneras de Norberto Ceja. Cierto es, que en la misma calle donde vivíamos, Calle San Sebastián, había una vivienda ocupada por una familia gomera. Tenían luz, pero no tenían agua potable. Y por ello, cada vez que los responsables al cuidado de la citada Finca de plataneras tenían que regar, el matrimonio gomero aprovechaba el agua de la atarjea para llenar unos bidones durante muchas horas. Agua que tenía que durar hasta otro nuevo riego de la mencionada finca agrícola.
Sin duda, fueron años muy bonito, donde la infancia que viví fueron de inviernos de muchas lluvias duraderas, provocando que el Barranco de Santos estuviera durante muchos años lleno de vida natural, alimentado por las copiosas lluvias y galerías rebosadas de aguas. Los nuevos tiempos y el pensamiento e ideas de los nuevos políticos y técnicos con el nuevo Plan General de la ciudad; influyeron para ¨enterrar¨ un barranco natural y lleno de vida, pues aunque ustedes no lo crean, muchas familias fueron felices con el entorno que les rodeaba. Es decir, con sus luces y sombras. En fin, podría extenderme más, pero tampoco quiero cansar al noble lector con mi artículo, pero seguramente lo seguiré describiendo en otra ocasión.
Imagen: Barranco de Santos (Santa Cruz de Tenerife)