09.05.2020 | Redacción | Opinión
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
El COVID-19 sigue siendo en gran protagonista de este comienzo de siglo XXI, pero también el gran terror para los seres humanos. Un mundo, donde se esta viviendo momentos de histeria, miedo y terror. Opiniones de todas parten nacen desde cualquier rincón del mundo sobre el coronavirus. Las redes sociales se llenan cada segundo del día, con el objetivo de plasmar las opiniones de todos los sectores que viven en las respetivas sociedades. De repente, muchas personas se están convirtiendo en brujos sin conocer las hierbas. Es decir, millones de personas opinan sobre el COVID-19 como si fuese algo que ya conocían anteriormente. Informaciones convertidas en bulos siguen intoxicando las redes sociales, con el propósito de buscar protagonismos que no conducen a ninguna parte.
Por si fuera poco, y en lo que respecta a España, no descubro nada nuevo si digo que el Gobierno que lidera Pedro Sánchez actúo tarde y mal. Pero también es verdad que la oposición, por llamarla de alguna manera, tampoco ayuda en nada al Gobierno para remar todos juntos en una misma dirección, con el objetivo de buscar alternativas que ayuden para erradicar al francotirador coronavirus.
Es por ello, que en esto difíciles momentos, muchas personas, bien sean del mundo de la Ciencia, periodismo, religión, clases políticas y gran parte de la sociedad, intentan ser brujos sin conocer las hierbas.
Lo cierto es, que la situación de los surcoreanos, al igual que la de países de Europa como Italia, demuestra que la expansión del virus por el mundo continúa completamente al margen de los sistemas de gobierno y del color de los partidos gobernantes. Cada vez está más claro que lo único que hace retroceder al coronavirus son las medidas de prevención y contención, pero no todos los países parecen dispuestos a pagar su algo coste económico.
Por otro lado, como describe Jaume Reixah, una oleada de histeria colectiva se ha apoderado de la humanidad: el miedo a contraer el coronavirus. Esta nueva enfermedad, una variante de la gripe común, ha provocado, desde su detección en China, el pasado mes de diciembre, unos 100.000 casos diagnosticados y unas 3.000 víctimas mortales.
No se trata de relativizar la importancia del Covid-19 ni la necesidad de prevenir el contagio. Pero nos encontramos ante un fenómeno mediático, multiplicado exponencialmente por las redes sociales, que rebasa la magnitud real del problema de salud pública que afrontamos.
Solo hay que leer los informes y las cifras que da la Organización Mundial de la Salud (OMS) para contextualizar el impacto del coronavirus, más allá de todo el show que se ha montado y que ha trastornado la vida cotidiana de ciudades y de países enteros. En el ranking de enfermedades que provocan la muerte prematura y masiva de los seres humanos encontramos otras de mucho más letales y extensas, pero que por el hecho de pasar mayoritariamente en países del Tercer Mundo no merecen todo el follón que genera actualmente el Covid-19.
Se calcula que el año pasado, la tuberculosis causó 1,6 millones de muertes en todo el mundo; el sida, a pesar de las intensivas campañas preventivas, todavía mató a más de 1 millón de personas; la gripe anual dejó 650.000 muertos; la malaria provocó unos 450.000 muertos, y el cólera, más de 100.000.
Junto a estos guarismos estremecedores, la propagación del coronavirus es muy limitada y la ratio de muertes que provoca, en relación con el número de contagios, es muy pequeña. Además, está constatado que afecta mayoritariamente a un segmento de edad –personas mayores de 60 años– que es muy propicio a enfermar al disminuir sus defensas inmunitarias naturales. Los niños y jóvenes diagnosticados constituyen la excepción de esta epidemia.
En cambio, la detección y limitada expansión del coronavirus ha causado un pánico universal sin precedentes. Empresas y escuelas cerradas, acontecimientos culturales, feriales y deportivos suspendidos, caída en picado de las bolsas, ralentización del comercio mundial, disminución del turismo, acaparamiento de alimentos... Una alarma que solo se explica por el efecto multiplicador de las nuevas tecnologías de la comunicación y la proliferación imparable de las fake news.
Se diría que la humanidad ha sido sometida a un perverso experimento de manipulación... que tiene unos beneficiarios directos: de entrada, las corporaciones farmacéuticas y los tiburones financieros que estos días se forran con la tormenta bursátil desatada en los mercados. Tarde o temprano se acabará sabiendo el porqué.
Dicho esto, concluyo que si no asumimos la importancia que tiene este virus infeccioso y asesino, muchos más serán los problemas que tendremos, especialmente si se sucede un nuevo repunte pandémico. Eso sí, el problema ya lo tenemos consolidado. Es decir, miles de muertes en todos los rincones del mundo y una economía y tejido empresarial heridos de muertes, aunque de momento conservan sus constantes vitales, pero de difícil y lenta recuperación.