La soledad de nuestros mayores

16.03.2019 | Redacción | Opinión

Por: Paco Pérez

pacopego@hotmail.com

Aunque parezca increíble, se calcula que en España unos dos millones de personas viven solas en sus respectivos domicilios y siete de cada diez ancianos en esa situación son mujeres. La gran mayoría no tienen recursos económicos suficientes (sobre todo las viudas) y tiene que salir adelante a duras penas porque sus pensiones apenas llegan para pagar el alquiler y para hacer frente a los gastos de servicios más imprescindibles, como el agua, la luz o la calefacción.

Este es un grave problema social que muchas veces pasa inadvertido para prácticamente toda la población, que prefiere ignorar estas carencias de nuestros mayores, porque cada día son cada vez menos las familias dispuestas a atender a los abuelos y a convivir con ellos, ya que consideran que los ancianos son un estorbo y que su cuidado comporta muchos sacrificios.

Cierto es que los organismos públicos destinan cada día más recursos al cuidado de nuestros mayores, y cada vez se cuenta con mayores medios humanos en los servicios sociales de los ayuntamientos, pero todo esfuerzo es poco para atender debidamente a nuestras generaciones anteriores, que se desvivieron por nosotros con el fin de darnos una mejor calidad de vida.

Puede que haya cosas más importantes que hacer, pero esta sociedad tiene la obligación moral para que nuestros antecesores no mueran de pena y en soledad. Se necesitan más centros de día, más residencias públicas para ancianos y más ayudas a la dependencia. No basta sino preguntar por una plaza asistencial en cualquier residencia de nuestras Islas y comprobar que hay enormes listas de espera para ingresar en una de ellas.

Afortunadamente, hoy tenemos una mayor esperanza de vida, gracias a los enormes avances científicos y médicos, pero seguimos teniendo una asignatura pendiente con muchos de nuestros mayores. Lo peor que puede pasarle a una persona es que, en el ocaso de su existencia, se vea desasistida, en la más triste soledad y sin recursos económicos para vivir su última etapa con dignidad.

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