01.05.2020 | Redacción | Reportaje
Por: Rafael J. Lutzardo Hernández
Decía Mario Sanz que “los destellos de los faros son mucho más que señales de luz. Son los versos de un poema de agua salada y golpes de timón, las estrofas de una travesía que culmina cuando la brújula del capitán divisa el fortín que le conduce el camino de vuelta a casa”.
Guillermo Ariza, un gaditano con el corazón dividido entre Canarias y su Cadiz del alma, con su trabajo, un nuevo libro titulado: Las Fronteras perfectas, refleja una excusa perfecta, una frontera tras otra. Navegando en tierra con alta tecnología. Navegando entre la memoria y el presente, al fin y al cabo.
Un viaje tan increíble como cierto. Tan feroz en su forma como cierta la sensación de haber viajado en el tiempo.
Debajo de un carácter envidiable se esconde tímida el alma de un poeta del sur que escribe una historia o dos. O quizá varias separadas.
Ahí en su guarida, salen de sus entrañas estos sueños que nos llevan tan fácil a la risa como al llanto, de la vergüenza a la dignidad y de la historia cabal a la vida miserable y genuina de sus personajes. Cuentos reales o imaginarios que traen consigo el pan que les falto a unos, la suerte a otros y la felicidad de seguir vivos a otros tantos.
La historia de los vencedores, el recuerdo imborrable de los vencidos. Batallas terribles en el mar y senderos de polvo y hambre. Vida intensa siempre. Vida heroica de quien se afana en la gloria. Una extraordinaria visión del mundo que fue y del mundo que es hoy, tanto si vas armado como un caballero medieval y con un caballo de hierro, como si vas en alpargatas, vestido de harapos y más muerto de hambre que el perro. Los datos no engañan, el escritor tampoco.
Guillermo Ariza se define como un hombre imitador de los grandes viajeros y aventuras del pasado, pues no en vano durante la Edad Media el mundo era muy difícil de recorrer, y sin embargo fue un periodo de grandes viajeros. Entre los más conocidos se encuentra Marco Polo. El Veneciano escribió el Libro de las Maravillas del Mundo que sirvió de inspiración al mismísimo Cristóbal Colón. Con su relato dio a conocer las tierras de Asia central y China, y puso en el mapa la mítica Ruta de la Seda.
Canarias no podía estar exenta en el corazón de Guillermo Ariza. Faros y costa. Ahí había un nexo común con los lejanos isleños, pero a la vez dibujaba un argumento embaucador cada mañana, casi siempre en forma de paisaje, territorio y gente. A miles de kilómetros de distancia, a los que se sumaban los que realizaba en cada día de aventura, Ariza bajaba a través del mapa hacia un encuentro imposible guiado por las carreteras del Mediterráneo, para llegar a la meta en su Cádiz del alma y añoranza.
Motos, como no nombrarlas y ponerlas en el eje central de su obra. Simbiosis perfecta y aparejo vital. Máquina con alma que transforma en realidad los pensamientos y sueños de Ariza en sus recorridos diarios. Sin ellas no habría kilómetros y asfalto como argumentos y retos de esta narración transversal. Cada vez que ellas paran, empiezan a fluir los recuerdos y las necesidades creativas de Guillermo Ariza, quien las coloca en los paisajes, en las historias y en los retos.
Motos y faros, telón de fondo de múltiples diálogos en público, abiertos de par en par, como esas casas donde la confianza es ciega y la familia es infinita. Luego llegó la amistad, y la complicidad, que nos trasladaron al terreno de los compromisos y la implicación. Lejos parecían aquellos peregrinajes, enriquecedores y posibles, que las conversaciones con el tiempo tornaron en tierras y faros más cercanos. Los retos, de repente, nos desafiaban a virar el rumbo de la moto y dirigirla hacia Canarias (Tachi Izquierdo).
Canarias y la Mística de los Números.
El protagonista de estas grandes aventuras, Guillermo Ariza, reconoce que “fue Fray Bosco quien se empecinó en que contara la historia de mis viajes. Supongo que adivinó mi tristeza mientras me escudriñaba con tacto exquisito, ojo y alma. Y vio en estos, el tormento que siempre me causó la ausencia de algunos y la proximidad de otros.
Muchas veces intenté poner en resmas lo que, de siempre, vengo sintiendo. (Que no se turbe quien lea estas letras. No llegará a quinientas la cosa…)
Pero una cosa es sentir, otra contarlo y otra muy distinta plasmarlo en papel para siempre.
Nunca supe cómo empezar. Que fueron muchas las cosas vividas y muchas más, las que pluma en mano, me quedaban por sentir.
Así que el Padre Bosco me ayudó a su manera, con la mística de los números. Intentó a través de Lógica y Silogismos apartarme de sentimientos propios de gentes sencillas, menos principales, menos nobles…
Pero yo siempre pertenecí a estas últimas, viniera de donde viniese.
No cesó en su empeño el cura. Y no paró hasta hacerme ver el Universo como un ábaco misterioso, un sinfín de secuencias numéricas, que sin duda habrían de conducirme a la Verdad.
Son ellas las que me llevaron a Canarias…”
Del prólogo de Gustavo Cuervo, entre la Luz y la sal (Faros España - Portugal), describe:
Luces de vida. Abriendo un mapa de papel, la vista se va inexorablemente hacia las esquinas de la geografía; a continuación, sin remedio alguno, le sigue el dedo y allí encuentra siempre el nombre de un faro.
Los faros están en el borde, en el límite de la tierra y el comienzo del piélago, en el fin de las aguas y el inicio de las tierras. Referencia de caminantes y navegantes, a ambos orientan y sirven. ¿Quién no soñó alguna vez con alcanzar alguna o todas esas luces que orientan a marinos y agitan la imaginación?
Guillermo encaró el faro de su moto hacia la luz, al encuentro de los faros ibéricos. Luz contra luz, faro contra faro. Con esfuerzo obstinado y metódico ha visitado muchos de estos rincones del mapa. Ha visto sus luces surcando el cielo, atravesando nubes, en el norte, en el sur, al este y al oeste. Disfrutar y sentir los límites del mapa en motocicleta tiene por añadidura un suplemento de romanticismo, de aventura, de reto personal y satisfacción propia compartida en estas páginas.
Suelen soplar los vientos y arreciar las tormentas en estos lugares donde la tierra hiende el mar. Ahí donde la naturaleza se despacha en vendavales y espumas de olas, ahí es donde se sitúan estas torres que con sus destellos indican el refugio amable o el acantilado feroz.
Los faros siempre fueron y serán fuente de leyendas y cuna de aventuras. No encontrarás en estas páginas el imaginario y mítico faro del fin del Mundo de Julio Verne, aunque sí su protagonista cinematográfico, y en verdad verás el faro del final de la Tierra. El Finisterre romano que desde hace dos mil años sigue señalando un abrigado puerto seguro, en un litoral tan bravío, que se ha ganado el sobrenombre de la Costa de la Muerte. Hallarás aquí la ráfaga luminosa que marca el límite Sur de Europa en Tarifa, el que indica el fin de la Europa Continental en el Cabo de Roca lusitano y hasta el más meridional en las atlánticas Islas Afortunadas.
Contemplarás en estas hojas las torres que en la desembocadura de la ría de Huelva, al sur de la Península despidieron a tres osadas naves que se atrevieron a cruzar el Mar Tenebroso. Y más de un año después, la que dio la bienvenida a la Pinta por Galicia, con sus noticias de un Nuevo Mundo, y a la Niña por Lisboa con el almirante Colón a bordo. Haces de luz que desearon por la bocana del Guadalquivir buen viaje al primer grupo de aguerridos navegantes, de exploradores atrevidos, que circunvalaron el planeta hace ahora cinco siglos.
Las mismas torres que les felicitaron en su regreso al hogar tres años después. También se toparon con decenas de otras linternas que vieron decisivos encuentros y enfrentamientos a lo largo de más de tres milenios. Abrazos y luchas, besos y traiciones entre tartessos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, celtas, vikingos, visigodos, turcos, sarracenos, berberiscos, ingleses, franceses, holandeses, portugueses y españoles. Antes y ahora, todos y cada uno son referencias fundamentales, con sus luces, señales de radiofrecuencia y hasta con sus atronadoras y sublimes bocinas.
La Península Ibérica se recorta en cabos y golfos, entrantes de tierra y tajadas del mar. Desde estas páginas, te asomarás, lector, al más importante Estrecho marítimo de la historia de la Humanidad, limitado por las Columnas de Hércules, aquel que separa el Continente origen del hombre del que hizo nacer y crecer el orbe occidental. Gozarás de la visión desde balcones privilegiados del infinito Océano y también de las dulces aguas del Mare Nostrum; nuestro mar, el mar de Occidente, la innegable cuna de la cultura europea, al que se asoman tres Continentes y cuyas luminarias le perfilan por el Este.
Divisarás desde sus miradores panorámicos doradas playas, recoletos puertos de pescadores y bulliciosos atracaderos comerciales al tiempo que se sienten aromas de retamas, encinas, rosas, claveles y geranios, perfumados con el salitre mediterráneo. Siente en la piel la humedad norteña mientras a tus pies, agrestes rocas rompen en espumas las olas cantábricas entre las que pululan barcas y buques, peces y mariscos. Asómate a las terrazas de toda Hispania bajo la protección y guía de sus faros.